El 2020 ha sido un año en el que las relaciones se han visto tremendamente alteradas. El distanciamiento físico, los confinamientos y en general la reducción del contacto con otras personas nos ha afectado de alguna manera. Después de todo, los humanos somos seres sociales y necesitamos establecer y sentir lazos entre nosotros. Aunque estas fiestas no han sido como lo suelen ser, pensamos que quizás sean un buen momento para reflexionar sobre la escucha en nuestros círculos más íntimos.
Durante fechas en las que solemos juntarnos con los nuestros, cuando pensamos en la comunicación con nuestros allegados y familiares, es posible que a algunos de nosotros nos venga a la cabeza la imagen de dos familiares discutiendo sobre algún tema durante una comida familiar. Al principio, la conversación se desarrolla suavemente, pero a medida que avanza la velada, parece que los interlocutores se tensan, el aire se calienta y la comunicación se entorpece, llegando incluso a tornarse violenta.
Ello no significa que se produzcan actos violentos como tal, sino que las personas nos podemos sentir violentadas; atacadas, cuestionadas, humilladas…No siempre sabemos llevar a cabo una comunicación eficiente, afectuosa y relajada. Y es que incluso con nuestras personas más queridas, a veces fracasamos en escuchar.
Una de las máximas de la comunicación no violenta es que para escuchar, no debemos juzgar aquello que nuestro interlocutor o interlocutora nos dice. Muchos malentendidos y tensiones surgen de la interpretación instantánea que hacemos de aquello que observamos, ya sea algo que la otra persona nos dice o algo que hace. En función de cómo nos haga sentir esa interpretación, tenderemos a darle un valor positivo o negativo a la acción. Pongamos por caso que una persona hace algo que no nos gusta. Podríamos reaccionar, por ejemplo, de las siguientes dos maneras:
Opción 1: «Creo que lo que haces no está bien, ¿por qué lo haces así? Tienes que hacerlo de esta otra manera».
Opción 2: “Esto que has hecho me ha hecho sentir triste, porque he sentido que cuestiona mi propia forma de hacerlo.”
¿Cuál es la diferencia entre estas dos opciones? Mientras que la primera se centra en las acciones de la otra persona, la segunda opción se centra en cómo las acciones de la otra persona nos hacen sentir.
Cuando hablamos con niños y niñas de nuestro entorno más cercano, puede que algo parecido suceda. Pongamos por caso que estamos con una niña de nuestro entorno cercano que juega con el juguete que le han traído los reyes. Su hermano quiere también jugar con ese juguete, pero ella se niega a compartirlo con él. La niña se enfada.
Puede que, como personas adultas, nos sintamos responsables de su conducta, y que por ello queramos transmitirle el valor de compartir. Ello quizás nos lleve a ordenarle que comparta su juguete. Sin embargo, una escucha activa y libre de juicios nos dejará entrever que posiblemente, el motivo por el cual no quiere compartir su juguete no sea egoísmo. A lo mejor se trata de que siente miedo a perderlo. ¿Queremos obligarla a compartir el juguete poniendo nuestras necesidades por delate de las suyas?
Mientras nosotros, como personas adultas, podamos tener la necesidad de que ella sea amable y comparta, ella, en ese momento, tiene la necesidad de protegerse ante lo que considera una amenaza. ¿No son las dos necesidades igual de legitimas?
Para poder comprender las necesidades de la infancia más allá de lo que nos muestren o digan niños, niñas y adolescentes, hace falta una escucha activa. Escuchar de forma activa a la infancia requiere, entre otras cosas, distinguir entre nuestras necesidades y las de esa niña o niño. Identificando sus necesidades y respetándolas, evitaremos imponer nuestra voluntad por el mero hecho de ser adultos. La comunicación no violenta, por su parte, nos puede ser de gran ayuda, ya que nos invita a distinguir entre la acción y los sentimientos que esta nos pueda despertar.
Así, la comunicación será más fluida y nos permitirá generar un auténtico diálogo con nuestras personas más queridas, elemental para la prevención y resolución de conflictos. Uno de los objetivos de nuestra campaña Activa la escucha es precisamente promover el diálogo con niños, niñas y adolescentes en las familias y círculos íntimos, con tal de que sus opiniones, inquietudes, miedos y propuestas sean tenidas en cuenta
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