Nuestra sociedad se constituyó en gran medida invisibilizando a niñas, niños y adolescentes. De hecho, lo que llamamos ‘infancia’ es un concepto relativamente nuevo. Hasta hace muy poco, niñas y niños eran tratados simplemente como adultos en miniatura; eran adultos todavía no desarrollados. Así, era del todo común que tanto niños como niñas tuvieran que trabajar, teniendo las mismas obligaciones que las personas adultas. La idea de ‘infancia’ no existía, y no se consideraba que los primeros años de vida de una persona merecieran especial atención. De hecho, los cuentos infantiles, tan presentes hoy en cualquier casa con niños o niñas, también son un género literario de relativa novedad, teniendo apenas tres siglos de antigüedad. De forma parecida, era muy común que se vistiera a niños y niñas con la misma ropa que los adultos, ya que simplemente eran eso: adultos en potencia.
Las personas expertas en la materia están de acuerdo en que, entre otros cambios históricos, la revolución industrial tuvo mucho que ver con la evolución de la consideración hacia niñas y niños. Los avances tecnológicos permitieron que no hiciera falta que hijos e hijas tuvieran que trabajar, pudiendo así dedicar más tiempo a pasarlo bien, experimentar, relacionarse y aprender; todas ellas consideradas hoy actividades fundamentales para el buen desarrollo de la niñez.
A día de hoy, la mayoría de personas estamos de acuerdo en que niños y niñas deben gozar de protección y de ciertas facilidades para poder desarrollarse en plenitud, y en 1989, apareció la convención de los derechos de la infancia. La declaración resultante –ratificada por la mayoría de países del mundo- es la que guía el trabajo de Educo. Y es que, pese a los avances, todavía queda mucho por hacer.
Aunque hayamos reconocido oficialmente a niñas y niños como sujetos de derecho, a menudo se hace considerándolos sólo por lo que llegarán a ser, y no por lo que son. Nuestra sociedad toma la persona adulta como modelo, y su visión como referencia. Hoy se reconoce que la infancia tiene derechos, pero no se reconoce plenamente que sus visiones y opiniones son igual de válidas que las de una persona adulta. Eso es a lo que llamamos adultocentrismo.
El adultocentrismo nos empuja a considerar la perspectiva adulta como superior a la de una persona de poca edad. Éste está presente en nuestra sociedad junto al androcentrismo (la consideración de que el hombre es el ser humano por excelencia), el antropocentrismo (el cual sitúa a nuestra especie en el centro, relegando el resto de seres y la naturaleza en su conjunto a un segundo plano) y el eurocentrismo (la consideración del conocimiento o cultura europea como superior). Todos ellos nos influencian en mayor o menor medida y condicionan nuestras relaciones sociales, teniendo más consecuencias negativas para ciertos grupos que para otros.
Nuestra sociedad toma la persona adulta como modelo, y su visión como referencia. Hoy se reconoce que la infancia tiene derechos, pero no se reconoce plenamente que sus visiones y opiniones son igual de válidas que las de una persona adulta. Eso es a lo que llamamos adultocentrismo.
El adultocentrismo en particular tiene consecuencias negativas para niñas y niños, y de él se desprenden las actitudes adultistas, a las cuales se refirieron los niños y niñas participantes en el proyecto ‘Erase una voz’. “Ya lo entenderás cuando seas mayor”, o “haz lo que te digo, no me interesa tu opinión” son algunos ejemplos de frases pronunciadas desde una actitud adultista. Como padres, madres o cuidadores, debemos preguntarnos: ¿imponemos nuestra voluntad o punto de vista por el simple hecho de ser padres?, ¿o lo hacemos porque tenemos razón?
Al imponernos sin haber antes considerado la perspectiva de la infancia, estamos omitiendo que ellos también son sujetos activos, con sus propias razones y argumentos. Aunque las personas adultas tengamos en efecto más experiencia que niños y niñas, y a menudo sea necesario guiar, protegerlos e incluso elegir por ellos, esto siempre debe ir acompañado del diálogo y el respeto hacia su propia visión.
Uno de los objetivos de la campaña ACTIVA LA ESCUCHA es justamente poner el foco en las actitudes adultistas para generar conciencia sobre ellas y poder así empezar a cuestionarlas. Estas actitudes nos previenen de escuchar activamente a la infancia y frustran la posibilidad de desarrollar procesos de aprendizaje mutuo. Escuchar de forma activa implica mostrar receptividad y respeto genuino hacia las perspectivas de niños, niñas y adolescentes.
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