Hace cinco años pusimos en marcha el proyecto Érase una voz, una investigación sobre la violencia contra la infancia en la que chicos y chicas de entre 10 y 15 años tuvieron un papel central. Al preguntarse por sus preocupaciones y la falta de respuesta efectiva por parte de las personas adultas, los chicos y chicas llegaron a una conclusión que retumbó en Educo: “Las personas adultas nos oyen, pero no nos escuchan”.
La escucha es una condición necesaria para que niños y niñas sean tenidos en cuenta en los problemas que les afectan en su día a día, ya sea en el seno de sus familias, en sus centros educativos, en sus barrios, en los medios de comunicación e incluso en la esfera política, tanto local como global. Pero ante esta condición, surge la pregunta:
Según los jóvenes que participaron en Erase Una Voz, ‘oír’ y ‘escuchar’, son dos cosas bien distintas: para escuchar, hay que prestar atención a lo que dice la otra persona. De ello se desprende que, para escuchar activamente, debemos estar disponibles y mostrar interés por la persona que habla y lo que nos esta diciendo. Además, cabe destacar tres aspectos importantes que hay que tener en cuenta para lograr una escucha realmente activa: bienestar, respeto y afecto.
Ahora que ya sabemos cómo hay que escuchar, debemos preguntarnos: ¿escuchamos las personas adultas realmente a las niñas y niños? Por ejemplo, en la crisis generada por la COVID-19, ¿hemos escuchado la voz de niños y niñas?, ¿se les ha tenido en cuenta y se les ha informado adecuadamente?, ¿se ha atendido a sus sentimientos, problemas, ideas y propuestas? La pandemia ha alterado el día a día de la mayoría de los niños y niñas y ha obligado a replantear nuevas formas de hacer en el ámbito educativo. Ante el panorama actual creemos imprescindible activar la escucha más que nunca.
El acto de escuchar activamente requiere de, en primer lugar, interés por el bienestar de nuestra persona interlocutora: que la persona a la que escuchamos se sienta importante y su bienestar sea el centro de nuestra atención. Deseamos conocer qué le pasa, qué piensa, cómo se siente y cómo podemos actuar para que cumpla sus expectativas de sentirse verdaderamente escuchada y tenida en cuenta. En segundo lugar, el respeto es fundamental: debe ser libre de juicios y discriminación por razones de edad, género o procedencia o cualquier otra condición. Por último, el afecto es imprescindible: el arte de escuchar es un acto de afecto, de amor y de ternura.
Sin escucha no puede haber diálogo. Sin diálogo, no puede haber trabajo en común ni avance en la sociedad.
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