Hoy se cumple un año desde que los talibanes tomaron el poder de nuevo en Afganistán. Los medios de comunicación estuvieron pendientes de todo lo que acontecía, pero 365 días después, cuando el país vive el peor año de su vida, el foco mediático se enfoca en otras crisis humanitarias. La población que no pudo escapar de aquel 15 de agosto vive en unas condiciones durísimas, especialmente las mujeres y las niñas, y parece que la situación no hace más que empeorar.
El país ha vivido 40 años de guerra, ha sufrido el hambre, la pobreza y las dificultades económicas durante mucho tiempo; sin embargo, la llegada de los talibanes, sumada al cese de la ayuda humanitaria internacional, ha agravado la situación, tanto que casi 25 millones de personas, más de la mitad de la población, necesita ayuda para sobrevivir, y más de la mitad son niños y niñas. A finales de año se espera que el 97% de la población esté por debajo del umbral de la pobreza.
Para las mujeres afganas, el regreso de los talibanes al poder ha supuesto un grave retroceso de sus derechos ya que han impuesto restricciones y graves discriminaciones contra ellas como, por ejemplo, no poder alejarse de su casa a más de 50 km solas sin ir acompañadas de un miembro masculino de su familia, o la obligación para todas las mujeres y niñas de llevar el burka en los sitios públicos.
Además, debido al alto índice de hombres que han muerto en los últimos conflictos o por la pandemia y otras enfermedades generalizadas, más de 2 millones de mujeres se han quedado viudas en todo el país. Como sus posibilidades de encontrar un trabajo o incluso de mendigar en las calles son casi nulas, rara vez tienen una fuente de ingresos. Esta privación de autonomía e independencia económica hace que sus condiciones de supervivencia y de acceso a la alimentación, así como las de quienes dependen de ellas, corran un alto riesgo.
La suma de todo esto provoca que muchas madres, incapaces de alimentar como es debido a sus hijos— más de la mitad de la población menor de cinco años sufre desnutrición aguda— los abandonen delante de los orfanatos.
Como consecuencia de todos estos factores, y para hacer frente a las dificultades económicas que tienen la mayoría de las familias, muchos niños y niñas se ven obligados a abandonar la escuela para trabajar o mendigar en la calle, con todos los riesgos psicológicos y de desarrollo que esto supone. Así, ir a la escuela se ha convertido en una rareza y no en el derecho que debería ser.
Actualmente, casi 8 millones de niños afganos necesitan ayuda humanitaria para poder estudiar, y la mitad de ellos no están escolarizados. Además, después de más de 6 meses de cierre de las escuelas, las puertas se volvieron a abrir de nuevo el pasado 23 de marzo, pero las de secundaria solo para los chicos. Una grave violación del derecho a la educación de las adolescentes, que además provoca un aumento de los matrimonios forzados, ya que las obligan a casarse por razones económicas.
Pese a la interrupción del sistema bancario, ya ha sido posible reintroducir programas de ayuda humanitaria de carácter monetario. Los pocos residentes que quedan en la zona donde trabajamos de la mano de la oenegé WeWorld, concretamente la de Robat-E-Sangi, describen este último año como el peor que recuerdan.
Viven a más de 70 km de la ciudad más cercana, a la que se llega por sinuosas carreteras de montaña a menudo bloqueadas por las tormentas de nieve o la espesa niebla, y la única fuente de ingresos queda relegada a los pocos cultivos resistentes a las condiciones adversas, como el de regaliz.
Las historias de las mujeres afganas marcadas por una restricción de sus libertades y derechos que apenas podemos imaginar están hechas de agotadoras barreras y esfuerzos diarios.
Es en esta zona donde hemos puesto en marcha un proyecto con el que entregamos dinero en efectivo a las mujeres que están solas y tiene a cargo a sus hijos e hijas. Actualmente, son 180 hogares los que se benefician del programa, un total de 250 mujeres y 750 niños y niñas. El 95,5% de ellos padecían hambre y más del 70% hambre severa, pues sobrevivían con pan y té durante más de 15 días.
“La ayuda monetaria ha sido la única forma de poder quedarnos y no arriesgar nuestras vidas teniendo que irnos a otro lugar, que era hasta hace poco la única opción posible para intentar salir adelante. Con este dinero hemos podido comprar alimentos y medicinas”, afirma una de las mujeres que han recibido la ayuda. Otras familias han utilizado el dinero para pagar las deudas que tenían con las tiendas y para comprar artículos de papelería para que sus hijos puedan ir a la escuela.
Las historias de las mujeres afganas marcadas por una restricción de sus libertades y derechos que apenas podemos imaginar están hechas de agotadoras barreras y esfuerzos diarios. Sus hijos e hijas son las víctimas directas de esta situación: el trabajo infantil, el hambre, la muerte y el matrimonio forzado de las niñas son una realidad.
La población afgana no puede permitirse recortes en los fondos de respuesta humanitaria en estos momentos: necesitan dinero para alimentar a sus hijos, pero la crisis bancaria frena este objetivo. Ante esta situación, el apoyo externo, el único disponible en la actualidad, es urgente. La comunidad internacional debe garantizar esta ayuda y buscar junto con las autoridades una solución a la situación bancaria.
Nuestra intención sigue siendo apoyar a estas madres para que puedan dar a sus hijos e hijas la alimentación que necesitan y, en breve, ampliar nuestra respuesta para que incluya la protección de estos niños y niñas así como la educación en emergencia para llegar a los que aún necesitan asistencia en la zona.
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