“Cuando trabajaba en la fábrica de zapatos tenía que usar un cuchillo afilado para recortar las partes sobrantes. A menudo me cortaba las manos o los dedos, y me dolía muchísimo. Me costaba incluso comer con mis propias manos”. Esta escena es la que viven a diario miles de niños y niñas, como la pequeña Maisha, cuando tienen que trabajar para ayudar a sus familias en lugares que ponen en riesgo su vida o su salud.
Y es que el trabajo infantil sigue siendo un gran problema en Bangladesh porque, a pesar de los pocos avances en los esfuerzos por erradicarlo, aún siguen trabajando casi 3 millones y medio de niños y niñas, y de ellos casi 1 millón y medio lo hacen en sitios en los que se pone en riesgo su vida.
Los trabajos en los que emplean a los niños y niñas son principalmente los del transporte, el trabajo doméstico, la reparación de automóviles o la recogida de basuras y suelen trabajar muchas horas —una media de seis horas al día— con una remuneración mínima, soportando unas condiciones laborales que les provocan muchos problemas de salud, psicológicos y sociales.
Muchos de estos niños nunca han ido a la escuela o la abandonaron pronto, y las instalaciones para la educación o la formación técnica de las zonas donde viven estos menores de edad que trabajan son muy precarias.
Maisha ahora tiene 10 años y solo estudia. Pero el camino hasta llegar a este punto ha sido muy duro. Tuvo que emigrar con su familia a Dhaka porque el pueblo en el que vivían fue anegado por el desbordamiento del rio Padma. En la capital de Bangladesh, su padre se puso a trabajar como pintor y su madre como empleada doméstica, lo que les proporcionó un breve tiempo de estabilidad.
Pero la desgracia golpeó de nuevo la vida de esta familia cuando la madre de la pequeña tuvo un grave accidente de tráfico que le provocó un traumatismo craneal con pérdida de memoria y cambios de comportamiento. No podía cuidar de sí misma ni de su familia, así que su padre tuvo que dejar su trabajo para ocuparse de la casa y de las niñas.
Para poder llegar a fin de mes y cubrir los gastos médicos, Maisha y su hermana mayor tuvieron que empezar a trabajar en una fábrica de zapatos. Su rutina diaria era agotadora: trabajaba muchas horas, comía poco y solo disfrutaba de un día libre a la semana que aprovechaba para hacer deporte.
Fue entonces cuando nuestro equipo en Bangladesh conoció su caso y visitó a Maisha en la fábrica de zapatos en la que trabajaba. Tras hablar con sus padres y con el dueño de la fábrica, convencieron a su familia para que la matricularan en la escuela.
Maisha ingresó como alumna de primer curso y expresó su deseo de dejar de trabajar y centrarse únicamente en sus estudios. Sus profesores explicaron a sus padres sobre los peligros de su trabajo, lo que llevó a su padre a solicitar a su patrón un cambio de empleo, aunque se lo denegó.
Animada por los profesores, la madre de Maisha reanudó su trabajo como empleada doméstica, a pesar de su mala salud, lo que permitió a Maisha abandonar la fábrica. "Mi vida ha cambiado mucho desde que entré en la escuela. No tengo ningún otro trabajo, solo me centro en hacer deporte y estudiar”, nos cuenta sonriente la pequeña Maisha.
Ahora, en tercer curso, Maisha disfruta de una vida escolar llena de estudios, deportes, baile y canto. Sus profesores mantienen a sus padres al corriente de sus progresos.
Maisha sueña con ser médico y cambiar el sistema porque ella cree que hay que atender a todo el mundo cuando está enfermo de manera gratuita. Además, “ningún niño debería crecer sin el amor de sus padres”, sentencia.
Su padre está dispuesto a hacer todo lo posible para que logre alcanzar su sueño: “Me aseguraré de que mi hija se convierta en una gran doctora. Cada día me esfuerzo por hacer realidad los sueños de mi niña”.
Por nuestra parte, en nuestra ONG Educo, seguiremos trabajando para que el derecho a la educación que tienen todos los niños y niñas sea una realidad.
Bangladesh , educación , Pobreza , Pobreza infantil , Trabajo infantil
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