Palestina, Iraq, Líbano, Siria, Afganistán, entre otros, son los países en los que Dina Taddia ha trabajado durante los más de veinte años que hace que se dedica a la cooperación internacional, especialmente en situación de emergencia. Después de trabajar como responsable de las operaciones en África, Asia y Oriente Medio y directora de Programas Internacionales, desde diciembre de 2018 ocupa el cargo de directora general de la fundación con sede en Italia WeWorld-GVC, miembro, como Educo, de la Alianza ChildFund. Hemos tenido la ocasión de hablar con ella sobre la colaboración que nuestras dos organizaciones están llevando a cabo hace unos meses en Afganistán y, recientemente, en Ucrania y Moldavia.
Has vivido en Afganistán, ¿cómo ha cambiado el país tras la caída de Kabul a manos de los talibanes en agosto 2021?
La situación ha cambiado mucho. La pobreza ha aumentado y el papel que las mujeres pueden jugar ahora es muy limitado, conectado a la casa, a ser madre y poco más. Ellas, mujeres y niñas, han sido las más afectadas. No pueden salir de casa si no tienen a un hombre que las acompañe –el padre, el marido, el hermano–, no pueden ir a la escuela secundaria y solo pueden trabajar si hay espacio para separar por sexos.
¿Cómo lo estáis viviendo en la oficina de WeWorld?
En nuestro caso hemos podido seguir trabajando mujeres y hombres porque tenemos el espacio suficiente, pero algunas de ellas han tenido que dejar el trabajo porque no pueden venir solas a la oficina. Tenemos compañeras de 20 o 25 años que tuvieron la posibilidad de estudiar y que han tenido que dejar su trabajo, han tenido que dejar de hacer muchas cosas, y en poco tiempo, como máximo en 12 o 13 años, si nada cambia, vamos a tener otra vez una generación futura de niñas que no tendrán formación, no habrá mujeres profesionales porque no van a poder seguir estudiando más allá de la escuela primaria. Pensar que solo por el hecho de ser mujer no puedes tener una carrera es anacrónico, es terrible.
¿Y también son las que más sufren la pobreza?
Durante meses los bancos estuvieron cerrados y muchas familias no han podido recibir el dinero que les mandan los familiares que viven en el extranjero. Al mismo tiempo, muchísima gente que trabajaba para el Estado no ha cobrado durante muchos meses, así que la pobreza ha subido muchísimo y con ella la desigualdad y las dificultades para comprar alimentos y para calentar los hogares. Y en Afganistán el invierno es verdaderamente frío, nuestra prioridad es sobrevivir al invierno. Una de las historias que más me golpearon fue la de una de las familias que participan en nuestro proyecto formada por una mujer con cuatro hijos, tres niñas y un niño de dos años, el más pequeño, que murió de frío por la noche porque niños y niñas no pueden dormir juntos. Las niñas al menos conseguían calentarse un poco las unas a las otras, pero el niño, solo, no sobrevivió al frío.
¿Cómo es Herat, la provincia donde trabajamos, y cuál es aquí la situación de las mujeres y la infancia?
Herat es una provincia agrícola. En el pasado trabajamos en la construcción de conexiones de agua y pozos porque se trata de una zona muy árida y los núcleos de casas, agrupadas de seis en seis, están muy alejados entre ellos. Una de las cosas que más me ha impresionado en mis más de 20 años en la cooperación es lo que pasaba aquí antes, cuando las mujeres no podían estudiar ni trabajar, ni había un Estado que les ayudaba: las que conseguían sobrevivir abandonaban a los hijos en los orfanatos porque no tenían recursos para mantenerlos. No queremos que ahora pase lo mismo, así que nuestro objetivo principal es que puedan seguir viviendo con sus madres, sobre todo los que son muy pequeños. Cada familia que conseguimos ayudar son niños y niñas que no van a acabar en un orfanato.
¿Qué necesitan estas mujeres?
Trabajamos con viudas o mujeres que han sido abandonadas por sus maridos y no cuentan con el apoyo de otros familiares ni con un sistema social que les ayude, así que lo que estamos haciendo es proporcionarles dinero en efectivo para que puedan comprar lo que necesitan y pagar la calefacción. Esta es una forma de trabajar muy eficaz porque, por lo que hemos visto en el pasado, muchas veces con la distribución de bienes las personas no reciben lo que realmente necesitan. Por ejemplo, reciben arroz, pero no tienen aceite para cocinarlo.
Estamos llegando, WeWorld y Educo, a más de 230 hogares compuestos por una madre y sus hijos, en total más de 1.300 niños y niñas, ¿qué necesitan estas familias?
Destinamos los donativos a paliar las situaciones más difíciles. Cada donativo de más es una familia más a la que podemos ayudar durante tres o cuatro meses, hasta que pase el invierno, que es muy frío, no hay nada en el mercado y las familias tienen que sobrevivir con arroz y aceite y poco más. Cuando llega la primavera tienen un problema menos, el de la calefacción, y los mercados tienen más variedad y por lo tanto más posibilidades de conseguir comida gratis o casi gratis. Con el fin del invierno todo se vuelve un poco más simple.
Pero tras la primavera volverá el invierno…
Desgraciadamente no podemos afirmar que el próximo año la situación mejorará. En algunos casos las mujeres tienen un poquito de tierra y estamos estudiando cómo ayudarles con la entrega de animales, cabras o gallinas, y lo necesario para cultivar un huerto. En algunos casos, cuando los niños crecen, sobre todo si son varones, pueden empezar a trabajar y ayudar a sus madres. Pero lo que de verdad esperamos es que el Gobierno se haga cargo de estas familias.
¿Cómo es la relación con el Gobierno talibán?
Hemos tenido que empezar de nuevo. Tenemos contacto con el Gobierno porque si quieres trabajar en Afganistán debes tenerlo, y es un Gobierno talibán, pero tenemos que trabajar con ellos porque son los que mandan. El problema es que durante 20 años no se ha conseguido crear un Estado de derecho, este es el gran fracaso. Si se hubiera conseguido construir un Estado de derecho probablemente para los talibanes les hubiera sido más difícil volver.
¿Qué paralelismos ves entre la situación en Afganistán y Ucrania?
En todo el mundo las personas quieren vivir tranquilas, seguras, quieren que sus hijos puedan ir a la escuela, tener agua, comida. La gente que se va de Ucrania y la que se va de Afganistán busca una vida mejor, las necesidades son las mismas: hambre, miedo, inseguridad. Pero, como organización que trabaja en ayuda humanitaria, vemos que en Europa la acogida de los ucranianos está siendo distinta de lo que hemos visto hasta ahora con las personas de otras partes del mundo. Lo que Europa está haciendo por los ucranianos tendría que hacerlo por todos los que huyen de una situación de guerra. Lo estamos haciendo bien, ojalá fuera así siempre, pero somos testigos de que hasta ahora no ha sido así, hemos tenido muchas más dificultades para recoger dinero para otras personas de otros países, así que yo espero que la situación en Ucrania nos abra la mente.
¿Cuál crees que es la mejor manera de ayudar en este caso?
La transferencia de dinero en efectivo es lo más útil, es la fórmula que estamos utilizando durante los últimos años también en otros lugares como en el Sahel, en Centroamérica, porque es lo que más ayuda en los primeros momentos, las personas son las que mejor saben lo que necesitan. No tiene sentido mandar pañales ni ir a buscar a personas. Ya se ha avisado de los peligros de no saber quién te está recogiendo porque hay gente muy buena, la mayoría, pero también existe el riesgo de encontrar a alguien con malas intenciones hacia las personas que huyen y se encuentran en una situación desesperada.
¿Cómo podemos aliviar el sufrimiento de los niños y las niñas?
La prioridad es garantizar la supervivencia y, después, cuando las personas tienen algo para comer, un techo bajo el que dormir, lo siguiente es ofrecerles ayuda psicológica. La gente que ha huido de una guerra tiene problemas de sueño, en los centros de acogida los refugiados están rodeados de personas preocupadas por sus maridos, sus hermanos, sus seres queridos, que están combatiendo y no saben cuándo van a volver a verse. Para los niños y las niñas, que no tienen nada que hacer, rodeados de gente preocupada, es importante crear espacios donde se sientan tranquilos. Así, estamos creando una red de profesores para que puedan seguir las clases a distancia, aunque solo sea durante un rato al día. No es normal porque lo estás haciendo con el teléfono de tu mamá en un centro de acogida, pero te da un pequeño espacio de normalidad y una vía de escape.
¿Cuáles son las demás prioridades?
Otro de los problemas que estamos enfrentando es lo que pasa con los ancianos y los minusválidos. Tenemos una experiencia de 50 años de guerra y siempre es lo mismo: primero escapan las mujeres y los niños y se quedan los ancianos y los minusválidos, que no pueden irse. Este es uno de los grandes problemas en los conflictos, y en Ucrania también lo está siendo.
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