Mercedes Rivera nació hace cien años en Barcelona. Es una mujer encantadora con una lucidez envidiable que ha dedicado su vida a la acción social y a la danza; de hecho, aún dirige dos escuelas de baile en Cataluña. En los años cincuenta entró a trabajar en Nestlé donde impulsó un programa de acción social pionero durante 29 años. La hemos entrevistado en su casa donde nos ha recibido muy interesada en saber a qué nos dedicamos.
Si le preguntaran por cómo ha sido su vida, ¿qué diría?
Me lo he pasado muy bien, siempre he visto la caja medio llena, aunque solo quedara la mitad. Eso define lo que yo soy: ante las desgracias siempre he reaccionado positivamente. Yo nunca me suicidaría, no sé si me explico…
Háblenos de su experiencia en Nestlé.
Corría el año 1951. En aquella época lo que yo quería era sobre todo viajar. Leí un anuncio de Nestlé en el que buscaban a una persona con idiomas. Yo hablaba francés, había viajado mucho por Francia, y también me defendía con el inglés. Querían a alguien para acompañar al Presidente en sus viajes. Me citó el jefe de personal y enseguida se dio cuenta de cuáles eran mis inquietudes y aptitudes. Me presentaron a un directivo belga, que acababa de entrar en la empresa, y que había vivido la guerra en su país; había quedado impresionado por el trabajo que estaban llevando a cabo allí un grupo de mujeres que se dedicaban a reconstruir la vida de las personas, de sus hogares. Era un trabajo social incipiente y aprendí mucho con él.
La empresa trabajaba con temporeros que vivían en el Somorrostro, una zona de barraquismo de Barcelona en la que la gente vivía en condiciones terribles; tanto era así que los propietarios de las barracas alquilaban las esquinas de las habitaciones a las familias. ¿Se lo puede imaginar?, en cada habitación dormían hasta cuatro familias.
No, no nos lo podemos imaginar…
Terrible. Desde el primer momento tuve claro que a mí no me gustaba el paternalismo que imperaba en las empresas de la época. A una persona no le des un pez: enséñale a pescar y podrá comer siempre. En algunos barrios vivían nietos en las mismas condiciones que sus abuelos a los que alguien, en su momento, les había dado caridad. Me documenté mucho, leí mucho y elaboré una memoria de lo que debíamos hacer y la empresa me apoyó. Hice un estudio de los salarios; de lo que se trata es de promocionar a las personas, esa es la única manera.
Hemos leído que usted se preocupó también de asegurar que los hijos de los trabajadores estuvieran escolarizados.
Los niños en ocasiones corrían por las calles sin ir a la escuela. En algún caso el problema era que el centro escolar no disponía de pupitre y sillas suficientes. Había llegado a comprarlas y llevarlas a los centros yo misma. En verano organizaba colonias para los niños y para las familias.
¿Cuál cree que es el papel de las empresas en la sociedad?
Las empresas no tienen que tener un papel paternalista, proporcionan puestos de trabajo y su objetivo es progresar económicamente, pero deben hacerlo dando un salario justo a sus trabajadores. Yo en aquella época ya hacía estudios para mejorar la situación salarial de los trabajadores. Nuestra empresa fue una excepción en aquel momento.
¿Y el papel de la educación?
La educación es muy importante, pero hay que educar de forma integral. El
atocinamiento es terrible. ¿Ha leído usted
Un mundo feliz? Léalo, Aldous Huxley narra un mundo en el que los niños se hacen en probetas: “envíame trescientos para que sean panaderos”, dice el escritor. Al parecer un día una probeta se decantó y ese es el disidente. Educar es muy importante pero hay que hacerlo desde la diferencia, desde el respeto. No podemos irnos a otros países donde, por cierto, necesitan nuestra ayuda —créame algunos que conozco bien como la India o el Nepal— pretendiendo imponer nuestros valores. No podemos sustituir sus vivencias por las nuestras. Pero bueno, ustedes no han venido aquí a que yo les hable de mí todo el rato. Cuéntenme, cuéntenme qué hacen y cómo puedo ayudarles...
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