Poseídos por el mito del "hay que comer de todo" los padres de los niños de los países desarrollados empezamos a preocuparnos por la alimentación de nuestros hijos casi antes de que nazcan. En la era de internet la información sobre comida saludable y cómo conseguir que nuestros hijos se la coman abunda, a veces con trucos o consejos contradictorios y ese "mi niño no me come" es sin duda un clásico en los corrillos de madres. Recuerdo que una amiga me decía hace tiempo que las madres españolas nos preocupamos mucho porque nuestros hijos solo quieren comer macarrones mientras que las italianas se preocupan casi más porque sus hijos no comen suficiente pasta. La alimentación infantil es todo un mundo de emociones que empieza con el típico "y si no tengo leche" y acaba con el no menos típico "se me hace bola", casi siempre acompañada de lágrimas por ambos bandos. Total, un desastre mucho más fácil de solucionar de lo que parece.
Comer no es solo una necesidad fisiológica. En el caso de los humanos y de todos los primates y animales grupales la comida es también un acto social y como acto social la forma en que comemos está influida por nuestro entorno. Comer es, igual que satisfacer cualquier necesidad fisiológica, en principio un placer. Convertir la hora de la comida en una batalla campal plagada de reproches, chantajes emocionales, castigos, malas caras, llanto y crujir de dientes no es nunca una buena idea. Solo hace falta imaginarse siendo obligado a comer algo que detestas para ponerse en la piel de un niño pequeño que da vueltas y vueltas a la carne en la boca hasta que no queda más remedio que tragársela con agua o escupirla disimuladamente en la servilleta. Todo el que ha comido en un comedor escolar lo sabe y los expertos son claros: nunca hay que obligar a un niño a comer.
Ahora un nuevo estudio viene a redundar en lo que el sentido común nos dice: que las comidas felices son más saludables. Así pues, los padres que tanto se preocupan porque sus hijos adquieran hábitos de alimentación saludables tal vez prefieran convertir las comidas en momentos de diversión y regocijo, dice la ciencia que así los niños comen mejor.
Para hacer el estudio 74 padres de preescolares de entre 3 y 5 años rellenaron dos cuestionarios sobre los hábitos alimentarios de la familia por un periodo de dos años. Durante ese periodo los investigadores visitaban las casas a la hora de las comidas para comprobar el ambiente reinante y la forma en que los padres y los niños interactuaban durante ese tiempo.
El estudio concluye que cuando el ambiente es más agradable los niños comen mejor, prueban más alimentos nuevos y adquieren mejores hábitos nutricionales. La relación con la comida se establece en la infancia y mantenerse en buenos términos con ella puede evitarnos muchos trastornos de alimentación después, así que, según la ciencia, mejor que hacer el avioncito es reírse lo más posible cuando nos parece que nuestro hijo no nos come.
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