Hoy se celebra el Día Internacional de la Paz en todo el mundo. Desde Educo pedimos que se ponga fin a todos los ataques a la población en todos los lugares del mundo, las personas deben poder vivir en paz, que ya es suficientemente difícil. Los niños y niñas tienen derecho a tener una infancia libre de peligros, crecer al lado de su familia y tener las necesidades básicas cubiertas y la escuela debe ser el espacio donde se sientan seguros y protegidos.
Lamentablemente parece que a lo largo de la historia no hemos aprendido nada, y continúa siendo necesario recordar que, frente a la violencia, no hay buenos ni malos, ni vencedores ni vencidos. Frente a la violencia todos salimos perdiendo. Y los que más, los niños y niñas, que no tienen absolutamente ninguna responsabilidad.
Desde Ucrania conocemos algunas historias de mujeres que han conseguido huir de las bombas y “rehacer” sus vidas o, al menos, intentar estar en paz en los lugares donde esperan junto con sus hijos para poder volver a casa. Ninguna quiere salir del país porque quieren permanecer lo más cerca posible de sus hogares y de los hombres de la familia que están en el frente. Y es en estos lugares donde estamos presentes, a través de la ONG WeWorld, tratando de hacerles la vida un poco más fácil.
Uno de ellos es el albergue de Izmaíl donde se hospedan más de 130 mujeres con sus hijos e hijas. Entre ellas, al encontrarse todas en la misma situación, se ha creado un vínculo muy fuerte. Los dormitorios universitarios se han convertido en habitaciones.
A las personas que se encuentran aquí hospedadas les entregamos 62 euros al mes y les añadimos a un canal de Telegram donde encuentran toda la información de servicio que necesitan. También llevamos a cabo sesiones de ayuda para recuperarse del shock o el trauma que acaban de vivir. Hacen ejercicios de respiración, cuentan sus historias, se enfrentan a problemas prácticos como el trabajo, la escuela para los niños o las compras. Todos provienen principalmente de Odessa, Mykolaiv, Cherson, Mariupol, Khariv.
Larissa viene de Mykolaiv. Tiene 51 años y llegó al albergue el pasado 26 de julio con su hija que cumplía justo ese día 32 años, sus cuatro nietos y su nuera. Larissa es la cabeza de la familia, su pareja, el esposo de la hija y el hijo paramédico están luchando en el ejército en el este del país. Su hija solo tiene un deseo: que su esposo vuelva sano y salvo. Desde las trincheras, envió dinero a la tarjeta de crédito de Larissa pidiéndole que comprara un enorme ramo de flores para su esposa, "el más hermoso de todos".
Antes de huir de Mykolaiv Larissa y su familia pasaron 16 días en el sótano esperando, escondidos, a que terminaran los ataques. Cuando salieron tuvieron cuatro días de paz y pensaron en quedarse allí, pero entonces los rusos comenzaron a atacar con los Grad, unos tanques terrestres que lanzan baterías de cohetes imprecisos pero muy destructivos, y decidieron huir.
Al llegar a Izmaíl quería una casa para ellos, pero en el albergue descubrió el valor de la sociabilidad, compartiendo miedos y ayuda mutua y pensó que sería mejor quedarse allí. Larissa siempre lleva puesto un anillo de poco valor económico pero de un valor sentimental incuantificable: se lo regaló su esposo antes de irse a la guerra junto con la promesa de volver a verse pronto…
Natalia es psicóloga en el albergue y ha tenido que desplazarse dos veces. La primera cuando huyó de Lugansk en 2015. No sabía cuánto durarían los enfrentamientos, así que se mudó, junto con su esposo y su hijo, que en ese momento tenía seis años y estaba en estado de shock, a otra área.
Después de tres años regresaron a la primera ciudad para el funeral de su suegro. El niño, entonces de 9 años, recorrió su vieja casa despidiéndose de sus cosas: "adiós cama, adiós juegos, adiós habitación...". Después de este episodio, durante los siguientes dos años, tuvo un trastorno de estrés postraumático muy fuerte: cada vez que cruzaban un puesto militar ucraniano se desmayaba.
En febrero de este año vivían en Severo Donetsk cuando bombardearon Kyev. Escucharon los ataques y la primera reacción de Natalia fue abastecerse de agua para no quedarse sin en el refugio. Cuando su hijo la vio le dijo: “Es la guerra otra vez, ¿no? En la primera alarma el hijo estaba aterrorizado y se escondió en el armario. Siguieron las sirenas, bombas y disparos y cayó un cohete muy cerca, tan cerca que el niño huyó de la casa aterrorizado. Fue entonces cuando Nicole decidió que tenían que abandonar Severo Donetsk. El 1 de abril llegó al albergue de Izmaíl con su hijo.
El pasado mes de junio, unos amigos vecinos en Severo Donetsk regresaron a la ciudad para ir a ver sus casas y les enviaron un video en el que aparecía el hogar de Natalia completamente destruido por las bombas, su casa hoy se había convertido en escombros.
Otro lugar donde las familias se refugian son las casas de localidades cercanas al albergue. Pero, aunque duermen en hogares de la población local, siguen utilizando los servicios asignados para las personas refugiadas, como la asistencia social, la distribución de alimentos o de artículos de primera necesidad.
Zarina sigue por un chat de Telegram todo lo que pasa en Mykolaiv, donde sus amigos que permanecieron allí explican los bombardeos y las rutas de escape. La suegra de su hija también se ha quedado allí, es médica y ha optado por no irse para ayudar a los que se quedan. Zarina pasa el día aquí sola, con el chat de Telegram y sus crucigramas, que son su principal pasatiempo.
Tiene algunos problemas de salud cardíaca y todavía sufre ataques de ansiedad y pánico. Ahora está un poco mejor y ha comenzado a hablar con los vecinos de Izmaíl. Nos muestra fotos de las bombas y pedazos de granadas que explotaron en su apartamento. Un día escuchó un ataque muy cerca y huyó de su casa. Cuando regresó, la ventana estaba rota y en su cama habían fragmentos de bomba. Aun así, le gustaría volver a Mykolaiv porque tiene su trabajo allí, pero tiene miedo porque todos los días en el chat llegan nuevas fotos de bombardeos y amigos que huyen.
Olga tiene 45 años y llegó a Izmaíl en marzo. Cuando nos recibe nos dice bromeando que no tiene trabajo pero que ahora puede incluir en su currículum que puede trabajar bajo condiciones de estrés, ya que viene de Chariv. Allí fue voluntaria en centros de tratamiento de diabetes y trabajó como profesora y directora de marketing de una empresa. Ahora está estudiando para ser maestra online aquí. Su hija también estudia informática y está contenta con Izmaíl y la escuela, pero constantemente pregunta sobre la guerra y la muerte.
Olga sigue teniendo mucho miedo y ataques de pánico. Ella y su familia sufren serios problemas de salud y la guerra los ha empeorado. En Chariv, recibió una medicación equivocada que le provocó un ataque al corazón y quedó en coma. Cuando se despertó era incapaz de caminar, hablar, leer y hacer las cosas más simples. Tuvo que aprender a hacer todo de nuevo. Ahora toma pastillas para todo: corazón, presión, plasma para la sangre y de vez en cuando se desmaya de repente. Las pastillas cuestan 270 euros al mes. Como se aprecia en la foto es alérgica a las picaduras de insectos.
Su hija de 12 años es diabética. A menudo se desmaya por cambios de azúcar en la sangre. La insulina que necesitan no está aprobada por el sistema de salud ucraniano y tienen que comprarla en los Estados Unidos. Cuando le sube el azúcar tiene que ponerse la inyección en menos de dos horas. Su esposo, Sergei, tiene 46 años y ha tenido ataques epilépticos desde este otoño y a menudo se desmaya con convulsiones.
Derechos de imagen: Giovanni Diffidenti/ Educo/ Weworld
; , desplazados internos , día de la paz , emergencia , guerra , protección , refugiados , Ucrania
Conoce quiénes somos, qué hacemos y por qué lo hacemos.
Recibe nuestra newsletter con todas las novedades.
En momentos trágicos como éste, los niños y niñas son los más vulnerables. Dona ahora ¡Necesitan nuestro apoyo!