En Filipinas el coronavirus sigue activo, aunque la desescalada ya haya finalizado. Hasta la fecha se cuentan 24.175 casos confirmados y 1.036 personas fallecidas a causa de esta pandemia, y se sospecha que miles de casos permanecen sin detectar por falta de medios. Menos del 1% de la población del país ha sido sometida a pruebas de diagnóstico.
El precario sistema de salud de Filipinas ya está desbordado a causa de la COVID-19, pero a lo que más temen los filipinos no es a la enfermedad en sí, sino a las consecuencias de la parálisis del país. El virus agrava la inseguridad alimentaria y la malnutrición preexistente, reduce aún más el acceso insuficiente a los centros de salud y debilita aún más el frágil sistema de protección social.
La vuelta a las clases presenciales estaba prevista para este mes de agosto, aunque habitualmente el curso empieza en el mes de junio, pero el pasado 10 de junio el presidente Duterte anunció que hasta que no exista una vacuna contra la COVID-19, la educación presencial se suspende indefinidamente y se propone "un sistema de aprendizaje mixto, con nuevas herramientas y plataformas", según el Departamento de Educación. El problema es que en un país donde el 16% de las familias vive bajo el umbral de la pobreza, millones de hogares no disponen de conexión a internet, y a veces ni siquiera de un televisor.
Por todo lo expuesto anteriormente, se deben adoptar medidas que alivien el sufrimiento de los niños y niñas y sus familias, y es por ello que desde Educo, y con el apoyo de ChildFund Korea, ponemos en marcha un nuevo proyecto para paliar los efectos de la COVID-19 en los municipios de Nabua, Bato y Libon, todos ellos en la Región de Bicol, donde estamos presentes desde hace más de una década.
Para paliar la inseguridad alimentaria que viven las familias más vulnerables estamos proporcionando empleo a casi 1.000 familias para que cultiven un huerto comunitario. Además, les ayudaremos proporcionándoles semillas y las herramientas agrícolas necesarias para cultivar tanto el huerto comunitario, como los familiares y escolares. Y para las familias sin tierras, se negociará con los propietarios para que se les cedan pequeñas parcelas sin coste para cultivar alimentos.
Preservar la salud y el bienestar de los niños y sus familias es imprescindible en este contexto, por ello, estamos instalando lavamanos en las escuelas y en las comunidades de riesgo o con altos índices de pobreza, ya que el lavado de manos con agua y jabón es una de las medidas de contención de la propagación del virus más eficaz.
Hay que estar alerta y derivar rápidamente los casos que necesiten hospitalización, por eso, formaremos y supervisaremos a los agentes de salud comunitarios, personas que actúan localmente en las comunidades para promover buenas prácticas de salud. Ellos están en primera línea de defensa contra la propagación del virus, y gracias a ellos, se descarga el sistema de salud. También sensibilizaremos al gobierno filipino para que incluya en el sistema público de salud a familias muy vulnerables que actualmente se encuentran fuera.
Otra medida de apoyo prevista es el refuerzo de la educación online, ya que no se sabe cuándo se podrá volver a las clases presenciales. Así, pondremos a disposición tanto de maestros como de alumnos, recursos educativos abiertos a través de internet y otras aplicaciones. Además, con el apoyo de las administraciones locales, y coordinados con el Departamento de Educación, distribuiremos materiales de aprendizaje para contrarrestar la discontinuidad de la educación y en cuanto se reanuden las clases, llevaremos a cabo varias sesiones de apoyo psicológico a los niños y niñas tras esta situación tan inusual para evitar traumas o secuelas psicológicas.
Estas crisis, muchas veces, agravan los problemas ya existentes, como por ejemplo la violencia doméstica o de género, y más en tiempos de confinamiento. Es por ello que creemos necesario formar a maestros y agentes de salud de primera línea, incluso a los propios niños y niñas, para aprender a protegerse en contexto de emergencia.
María es una de las jóvenes apadrinada por nuestra oenegé en Filipinas. Sueña con ser azafata de vuelo para poder viajar por el mundo, pero si no lo consigue, también le gustaría trabajar como gerente en un hotel para cumplir el sueño de alguien importante para ella.
Ha participado en varias sesiones de aprendizaje en su barangay (así es como se denomina en Filipinas a los barrios) que llevan a cabo otros jóvenes y en las que se abordan temas como los derechos del niño, el liderazgo y la protección de la infancia. “La sesión que más recuerdo fue en la que nos explicaron temas sobre cómo protegernos y proteger a los más pequeños, así me di cuenta de que debía protegerme a mí misma”.
Antes de la pandemia, María se levantaba a las 5 de la madrugada para ir a la escuela, algo que echa mucho de menos porque al finalizar las clases se encontraba con sus amigos, y se iban a comprar pancit, un plato típico filipino que se cocina con fideos, para comer antes de ir a casa.
Cuando todo empezó dice que se asustó mucho y que no llevaba del todo bien el confinamiento: “Me enteré por las noticias de que este virus puede llevar a la muerte, así que me angustié mucho porque mi familia podría infectarse. Al principio me molestó el encierro y el toque de queda, pero al final me di cuenta de que es por nuestro propio bien. Mi madre tenía pánico por la pandemia y se había vuelto muy estricta con nosotros cuando salíamos de casa: ‘¿Adónde vas? ¿Qué harás? Regresa pronto’, y así cada día”, nos cuenta y añade que leer libros fue lo que le ayudaba a superar el aburrimiento.
“Deseo que el año escolar siga en junio ya que realmente extraño ir a la escuela. Solo espero que todo esto termine, que no haya nuevos casos y muertes, no solo aquí en Filipinas sino también en otros países". Y no se olvida de dar un consejo para otros niños y niñas: “Lávate las manos siempre y quédate en casa para que no nos podamos infectar con el virus".
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