Ser mujer es difícil en todo el mundo. Siempre lo tendrás todo más difícil, como por ejemplo a la hora de acceder a la educación, especialmente si vives en un país pobre, al mercado laboral o a puestos directivos, entre otros aspectos. Pero, también, significa sufrir violencia.
La violencia contra las mujeres y niñas es una realidad y las cifras que publica ONU Mujeres lo demuestran:
Se estima que el 35% de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental, o violencia sexual por parte de otra persona distinta a su compañero sentimental, en algún momento de sus vidas.
Las mujeres adultas representan casi el 50% de las víctimas de trata de seres humanos detectadas en el mundo.
Las cifras nos demuestran que solo por el hecho de nacer mujer, ya naces en desventaja, pero si además lo haces en El Salvador, no va a ser un camino fácil. Dos de cada tres mujeres sufren violencia, o lo que es lo mismo, la violencia contra la mujer es algo habitual y normalizado en este país. En 2019, el 64.3% de las mujeres de 15 años o más había experimentado algún hecho de violencia sexual en su vida. Cabe destacar que abortar está penado en El Salvador; el aborto es un delito, aunque hayas sido víctima de una violación o hayas sufrido un aborto espontáneo.
“Nunca podré borrar esa huella de mi vida, pero aquí estoy, tratando de sobrevivir y buscar algo de tranquilidad. Las situaciones de violencia que vivimos como niñas y como mujeres siguen latentes en nuestro corazón. La mejor forma de superarlo es aprender a vivir con ello. No podemos olvidar, para nada” nos contaba Ana Julia, una activista salvadoreña que trabaja con nosotros para conseguir mejores oportunidades de vida para las mujeres y las jóvenes y erradicar la violencia contra ellas.
Ante un panorama tan complicado donde la violencia está enquistada, no podíamos permanecer de brazos cruzados. Por eso, en El Salvador, a través de nuestro proyecto Juntas Cambiando el Mundo, formamos a mujeres y niñas para mejorar sus competencias laborales y para que aprendan a defenderse ante la violencia y saber dónde acudir en caso de que la sufran. También reciben formación sobre cuáles son sus derechos sexuales y reproductivos.
Galilea tiene 14 años y no solo lo tiene difícil por ser mujer, lo tiene doblemente complicado porque vive en un hogar con muy pocos recursos económicos, algo que supone un auténtico reto para seguir estudiando y aprendiendo: “El día es muy largo y nuestros recursos son muy escasos. Salgo temprano de casa muchas veces sin desayunar".
El poder participar en este proyecto le da fuerzas para luchar por su futuro ya que le proporciona herramientas: “Con este proyecto me he sentido tan feliz porque he aprendido todo sobre salud sexual y reproductiva, sobre cómo cuidarme y cómo cuidar a los demás, también sobre los planes que uno tiene que hacer en su vida y pensar antes de actuar”
Para Galilea que las niñas y adolescentes conozcan sobre salud sexual y reproductiva les abre las puertas para seguir creciendo y estudiando: “Cuando las niñas o las jóvenes salen embarazadas no pueden continuar con sus estudios porque los gastos del bebé son muy altos. No tienen suficiente dinero y dejan sus estudios abandonados”.
Es consciente de que los inicios no son fáciles, pues ella misma lo vivió en primera persona: “La primera vez que nos enseñaron sobre los derechos que tenían los niños y las niñas estaba nerviosa, no me sentía en mi ambiente y después empecé a dejarme llevar y responder con calma”. Tanto que hoy no se marca ningún límite, quiere ir a la universidad, ser una buena profesional y ayudar a su familia: “Me siento muy bendecida de toda la ayuda que he tenido, tanto económica como informativa”
Merary tampoco lo tuvo fácil. Además de vivir con muchas carencias materiales sufrió una experiencia traumática que le quitó las ganas de vivir. Esta joven salvadoreña, como muchas otras, lo tenía muy difícil para seguir estudiando: “El Salvador es uno de los países más pobres y eso nos limita especialmente a las chicas como yo que dejamos los estudios para ponernos a trabajar. Estamos expuestas a un embarazo temprano, a maltrato físico en el trabajo, eso es bien común, a veces somos menores de edad y nuestros jefes se aprovechan”.
Desde que participa en el proyecto Juntas cambiando el mundo, su manera de ver la vida ha cambiado: “Sufrí una mala experiencia, pero luego de ingresar a este proyecto sentí de nuevo la esperanza, la posibilidad de tener una nueva vida y nuevos amigos. Ahora me siento un poco más calmada, tengo amigos, ellos me escriben y yo les escribo. Me siento más tranquila con respecto a mi plan de vida porque ya tengo plasmado lo que quiero en mi futuro, que quiero seguir estudiando y seguir sacando buenas notas. Ya no me quiero morir. Así fue mi cambio, el impacto más notorio que hasta mi mamá reconoce”.
Y es que a través de este programa Merary ha podido plantarse nuevas metas y saber qué quiere hacer con su vida. Los conocimientos le han permitido ver su vida con más responsabilidad y pensar en un futuro que le ofrezca mayores oportunidades a ella y a su familia: “Yo quiero ser abogada pero también quiero estudiar una segunda carrera que es idiomas porque me encanta la idea de poder viajar algún día. Gracias al programa muchas jóvenes están siendo inspiradas para seguir, cambiar y transformar sus vidas. Quiero dar las gracias a Educo porque hay personas, como yo, que sí necesitamos tener información, y gracias a esto, muchas jóvenes han salido adelante, han rehecho sus vidas, incluso han llegado a hacer cosas que no se imaginaban y han salido del país”.
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