4 a.m. Suena el despertador. Ariful se despierta un día más en una de las múltiples chabolas de Dhaka. Todavía está oscuro afuera, y todos en su familia están profundamente dormidos. Ordena y limpia rápido su casa y decide saltarse el desayuno,
no quiere llegar tarde al trabajo. Ariful solo tiene catorce años y trabaja desde los diez.
Camina rápido para llegar a casa de su supervisor.
Trabaja como conductor: “Mi jefe es una buena persona, me trata bien. Me da clases de conducir cuando tenemos tiempo libre entre los viajes y me paga más o menos regularmente.
No me maltrata como mis anteriores supervisores si cometo un error".
Su trabajo es duro: tiene que estar quince horas de pie en la parte trasera del vehículo, bajo el sol o la lluvia, y casi nunca puede sentarse durante los viajes. Pero Ariful es muy responsable y no pierde el tiempo. Trabaja el máximo de horas posible
para completar hasta veinticuatro viajes. No tiene un salario fijo, recibe un porcentaje muy pequeño del total de las tarifas cobradas, que son aproximadamente entre 3,5 y 6 dólares al día. "En los días malos, cuando no podemos hacer suficientes viajes por el atasco, termino sin nada, porque tenemos que pagar una cantidad fija al propietario del vehículo", cuenta el pequeño.
El sector del transporte está incluido en la lista de trabajos peligrosos del gobierno de Bangladesh, y
él es uno de los 1,28 millones de niños que lo realizan. Dejó la escuela cuando con su familia tuvieron que mudarse de la aldea a la ciudad y el trabajo de sus padres no les alcanzaba.
Pero Ariful, por suerte, ahora sí puede estudiar.
Cursa tercer grado en una de las escuelas que tenemos en Dhaka para niños trabajadores. En estos centros, que son como oasis en medio del caos, la vorágine y la inmundicia de los barrios marginales que ocupan gran parte del suelo de Dhaka, se les reduce el temario para que sea más asumible. Así, se adaptan las clases del currículum escolar a 4 horas al día.
Después de reunirnos con
sus padres, aceptaron enviarlo a la escuela con la esperanza de que su hijo tuviera una mejor oportunidad en la vida. Después de una prueba de competencia, fue inscrito en el mismo grado en el que dejó la escuela, tras 4 años sin estudiar. "Me gusta venir a la escuela, es divertido, pero no tengo tiempo para estudiar en casa. Me siento muy cansado después de un día de trabajo tan largo".
Los niños y niñas como Ariful no deberían tener que trabajar, solo deberían ocuparse de ser niños, ir a la escuela y jugar con sus amigos sin preocuparse de nada más.Y esto es lo que tratamos de lograr con este proyecto:
dar la posibilidad a casi 1000 niños y niñas trabajadores para que puedan hacer realidad sus sueños y trabajar en aquello que les hace felices. "Tal vez pueda aprender a arreglar televisores y trabajar como mecánico". Así se ve de mayor Ariful y seguiremos trabajando para que así sea.
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