Si gugleamos la palabra Bicol, encontraremos un sinfín de páginas web que nos proponen un viaje de aventuras, con actividades como nadar con un el tiburón ballena en Donsol o hacer un trekking (senderismo) por el volcán Mayón, activo aún y que ha entrado en erupción unas 50 veces en los últimos 400 años, la última en 2018.
Un paraíso que esconde una dura realidad para los habitantes de esta zona —especialmente para los niños y niñas— en la que trabajamos desde hace más de 20 años, ya que es una de las más propensas a las catástrofes naturales, lo que contribuye a aumentar la pobreza de esta región donde 27 de cada 100 bicolanos son pobres.
Y esto se traduce en el binomio que tristemente parece inquebrantable: pobreza y trabajo infantil. Las familias carecen de oportunidades laborales o decentes, y esto provoca que para ellos sea aceptable que sus hijos trabajen, porque es la manera de aumentar los ingresos familiares, sacrificando la educación de sus hijos. ¿Y quién no lo haría? Cuando no puedes comprar alimentos para ellos, cualquier solución la das por buena.
Hay otros factores que contribuyen a que el trabajo infantil no desaparezca como el desconocimiento de los derechos de la infancia por parte de sus cuidadores y la falta de vigilancia en la detección de estos casos: hay pocas denuncias y las pocas que hay no se derivan al organismo competente. Además, la pandemia de la COVID-19 ha empeorado la situación: todos los esfuerzos del Gobierno para acabar con esta lacra no se han mantenido durante la pandemia lo que ha provocado que muchos niños y niñas vuelvan a trabajar en empleos muy peligrosos para su salud mental y física.
La joven Princess es un claro ejemplo de esta realidad. Con solo 12 años es pluriempleada: trabaja limpiando casas, lavando ropa y vendiendo pescado. Su madre no puede trabajar porque está enferma. Son 10 hermanos y todos tienen que contribuir a la economía familiar. Solo puede estudiar por la noche: "Estoy físicamente agotada, pero estoy acostumbrada. No puedo hacer nada al respecto. Tengo que levantarme temprano para trabajar y vuelvo a casa muy tarde. No hay tiempo para el ocio. Estudio por la noche. Me entristece, ya que no debería pasar por esto sino centrarme en mis estudios, pero tengo que ayudar a mi familia, —cuenta Princess y añade— Quiero vivir una vida normal.
"Quiero ser profesora algún día. Por eso tengo que terminar mis estudios, es la única manera de salir de esta situación”
Lo tiene muy claro y trabaja duro para conseguirlo. Ella es una heroína sin capa. Es la primera tanto en su escuela como en las actividades extraescolares, desde primaria hasta secundaria es una estudiante de matrícula de honor. “Quiero ser profesora algún día. Por eso tengo que terminar mis estudios, es la única manera de salir de esta situación”, sentencia.
Fue una de las escogidas para participar en una consulta a los niños y niñas filipinos para saber si se sentían partícipes en los informes de seguimiento y aplicación de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, que se celebró en Legazpi el 17 de marzo de 2022. Durante esta actividad, Princess puso de manifiesto la difícil situación de los niños trabajadores de su zona, y denunció la falta de acceso a los apoyos del gobierno en la educación de los niños y niñas. Una experiencia que la inspiró, cuenta, cuando fue capaz de mezclarse y aprender de otros niños que participaron del evento, especialmente de los niños con alguna discapacidad: "Me alegro por ellos porque, a pesar de sus discapacidades, eso no les impidió a participar y disfrutar de sus derechos".
Efren, un joven de 17 años, también vive una situación parecida a la de Princess. Es el tercero de seis hermanos. Todos trabajan. Efren empezó a trabajar con 14 años para ayudar al negocio familiar: fabrican y venden escobas. Aprendió a coser y montarlas viendo cómo lo hacían sus padres. Para conseguir el material de las escobas camina 35 minutos hasta la montaña por un camino repleto de serpientes y otros animales salvajes, para recoger las materias primas, principalmente palos, y llevarlos hasta su casa. Lo hace de 4 a 6 días a la semana y a veces le acompañaba su padre. Además, también trabajaba cosechando cocos. Con una hoz sujeta a un palo de bambú (conocido localmente como sanggot) saca la carne del coco de su cáscara. Todo el dinero que gana, que no era mucho, se lo da a sus padres.
"Todos los niños, independientemente de su religión, sexo o estatus social, deberían tener los mismos derechos que los adultos”
Conocimos a estos jóvenes porque son dos de los niños que participan, junto con otros 200, en uno de nuestros proyectos que buscan mejorar la realidad de los niños y niñas con trabajos peligrosos de Filpinas, concretamente en la región del Bicol. Básicamente se trata de concienciar a través de charlas a las familias de estos niños para que sean conscientes de los peligros a los que se enfrentan y las pocas oportunidades que tendrán si dejan la escuela. También formamos a la infancia para que participen más y se intensifique la defensa de la comunidad contra el trabajo infantil. Además, les damos un apoyo financiero y material escolar para que los pocos ingresos que tienen los destinen a necesidades básicas como la alimentación de la familia. Con estas acciones pretendemos reducir el trabajo infantil y mejorar el bienestar de los niños que trabajan.
Una de las actividades del proyecto consistió en una competición amistosa a través de la pintura de murales y la elaboración de carteles con el lema: Nuestra prioridad: los derechos de la infancia. El objetivo de este evento era concienciar a los niños y niñas y a la comunidad donde viven sobre sus derechos y las consecuencias del trabajo infantil.
Durante el concurso, Efrén ganó el primer premio por su pintura mural y el cuarto puesto por su trabajo de rotulación. Su pintura destacó de entre los demás candidatos. "Todos los niños, independientemente de su religión, sexo o estatus social, deberían tener los mismos derechos que los adultos”, cuenta Efrén. Cuando era muy niño era muy tímido y no participaba en ninguna actividad de su aldea. Esta es la primera vez que lo hizo, y sus profesores quedaron muy sorprendidos gratamente tanto por su participación como por la calidad de sus pinturas. Por eso le pidieron que diseñara las letras y la pintura de la puerta de la escuela primaria en la que estudió.
Tras este evento, a Efren se le han abierto las puertas para mejorar sus habilidades artísticas. Los estudiantes y los profesores buscan su apoyo para hacer carteles y pinturas. El dinero que gana le ayuda a cubrir sus necesidades escolares. Ha pasado de ser un niño tímido con pocos amigos en la comunidad a uno sociable con familia y amigos que le apoyan.
Por eso, seguiremos concienciando a las familias y a los niños y niñas sobre sus derechos y creando figuras dentro de las comunidades que se encarguen de defenderlos; formando a los organismos competentes para que protejan a la infancia y fortalezcan los mecanismos de denuncia del trabajo infantil; y por último, seguiremos haciendo incidencia política para que se aprueben políticas y ordenanzas que prohíban el trabajo infantil.
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