La vocación científica se forma en la infancia, y no distingue por géneros. Marie Curie (1867-1934) fue la primera mujer profesora en la Universidad de Paris donde desarrolló un trabajo pionero sobre la radioactividad. Llegó a ganar el reconocimiento mas prestigioso que se concede en el campo de la física, nada menos que el Nobel. Por si esto fuera poco, años mas tarde consiguió el mismo reconocimiento, esta vez en el terreno de la química. Durante toda su vida, tuvo que batallar con el sexismo y la xenofobia imperante en la sociedad de la época, especialmente en la comunidad científica.
A pesar del progreso que ha tenido lugar desde entonces, y especialmente en los últimos años,
la igualdad y paridad de géneros en el campo científico sigue siendo un asignatura pendiente a nivel global. Este desequilibrio es especialmente importante en ciertas áreas específicas de la ciencia como ingeniería, matemáticas y tecnologías de la innovación de última generación. Es importante tener en cuenta que
estamos hablando de áreas de conocimiento científico que van a ser clave en el progreso de la humanidad en las próximas décadas.
Con el objetivo de conseguir la plena incorporación de la mujer, Naciones Unidas adoptó una resolución declarando el 11 de febrero como el
Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.
El hecho llamativo de incluir a la niña y no solo a la mujer adulta como coprotagonista de este día, apunta a la que posiblemente constituye la razón principal de este desequilibrio. La pregunta clave es
¿por qué existe esta diferencia de participación de la mujer en la ciencia en comparación con otras áreas profesionales y de conocimiento? ¿Existe una actitud especialmente reaccionaria y machista por parte de la comunidad científica tradicional que justifique este desequilibrio?
Parte de la respuesta, como en tantos otros temas sociales, parece estar en una etapa previa a la incorporación a la vida profesional. Estamos hablando de
la educación primaria y secundaria y de cómo esta, de forma inadvertida, puede estar desincentivando la participación de la mujer en áreas de la ciencia de alta especialización. En la medida en que este techo de cristal invisible se construye no solo en la escuela sino también en los valores y preferencias que inculcamos los padres, será bueno revisar qué podemos hacer en el día a día para equilibrar esta situación. El instinto de descubrimiento e investigación, es decir la vocación por la ciencia está muy presente en la primera edad de los niños. Se trata pues de mantener esta llama en nuestros hijos e hijas sin adjudicar un rol de género a esta querencia universal de buscar la verdad.
La ciencia no es más que intentar entender el mundo que nos rodea. No se trata tanto de transmitir información sino de participar en el proceso de conseguirla. La mayoría de los museos de ciencia actuales utilizan este método para involucrar a los pequeños. Cada verdad o hecho científico se convierte en un juego en el que el niño o la niña descubren por si mismos la experiencia antes de recibir su explicación. Siempre que sea posible
acude con tus hijos a museos de ciencia y déjales experimentar.
Menos explicaciones complejas y más curiosidad: el interés por descubrir del niño se basa en el juego y la experimentación, en los primeros años esta es la clave. A medida que crecen, la actitud de los padres parece ser clave en la transformación de este interés instintivo en la semilla de una vocación científica duradera. Se trata de traer el espíritu del museo de ciencias a la vida diaria. Las actividades sencillas como paseos en la naturaleza, experimentos y juegos con materiales cotidianos y el hecho de compartir preguntas sobre como funcionan las cosas son
clave en este proceso.
Ayúdales a pensar como científicos. Aunque esto te pueda sonar un poco elevado, recuerda que el espíritu de preguntarse y experimentar está en su código genético. Comprueba por ti mismo en el día que en este sentido no hay ninguna diferencia inicial de actitud entre tus hijos en función de su género.
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