Según las encuestas, el 80% de nuestros adolescentes ha sufrido o ha sido testigo de algún caso de violencia de género en su entorno. Es un hecho que la violencia de género, calificada ya por la OMS como pandemia, es una lacra que existe en todos los estratos y capas sociales, incluyendo a nuestros jóvenes y adolescentes y cada vez a edades más tempranas. El esfuerzo realizado en campañas de concienciación dirigidas especialmente a estos sectores de la población no parece funcionar y, a pesar de toda nuestra preocupación y dinero invertidos, los adolescentes se siguen embarcando en relaciones más que tóxicas, violentas, que dañan a ellas y también a ellos, (no hay que olvidar que un chaval de 14 años es casi un niño empezando a aprender a relacionarse y a vivir) probablemente muy a largo plazo. ¿Por qué sucede esto?, nos preguntamos. ¿Qué estamos haciendo mal para que los chavales ya estén así? Y la respuesta tiene que ver con la educación, como casi siempre.
Las campañas de prevención de violencia de género dirigidas a los adolescentes fallan porque cuando nuestros chicos y chicas alcanzan la adolescencia ya tienen integrados todos los estereotipos en torno a la forma en que hombres y mujeres deben relacionarse, entre ellos y con los integrantes del sexo opuesto. La identidad sexual, que incluye cómo te relacionas con el resto de miembros de tu especie - y también, por qué no decirlo, con el resto de seres vivos -, es una construcción cultural que depende de nuestra interacción con nuestras figuras de referencia y empieza desde antes incluso de nacer.
Cuando en la ecografía de la semana 21 nos informan de que vamos a tener una niña, o un niño, la cosa empieza a cambiar. Ahora nuestro hijo tiene un sexo concreto y por tanto pertenece a un grupo social concreto. Existen experimentos que muestran de una forma empírica que no tratamos igual a los niños que a las niñas, ni siquiera cuando son bebés. Las niñas son tratadas con más ternura, se potencia la comunicación hablada y física con ellas mientras que para los niños se prefiere un trato algo más rudo, más silencioso y con más movimiento. A ellas se las acuna y a ellos se los pone de pie.
Los estereotipos que contribuyen a la construcción del género nos rodean por todas partes. Desde frases que aparentemente son inocuas y están aceptadas como la normalidad ("los niños son más brutos pero más nobles" o "los niños no lloran"), hasta los calificativos con que se etiqueta a un niño o a una niña dependiendo de su género aunque su comportamiento sea similar (el niño que organiza a los demás tiene madera de líder pero la niña es mandona), pasando por todos los mitos que los medios de comunicación, películas, series de televisión, música, etc. nos arrojan a diario.
Escapar de los estereotipos es difícil y para educar hijos libres hay que realizar primero un aprendizaje profundo sobre cómo funciona el mundo y cómo estamos funcionando nosotros en él, pero no es imposible. Construir relaciones basadas en el respeto y en la comunicación honesta con nuestros hijos es el primer paso para construir una sociedad más justa en la que todos estemos a salvo de la violencia, tanto de sufrirla como de ejercerla. Y también es bastante liberador a nivel personal. Porque los hijos son una oportunidad de reinventarse. No te la pierdas.
Derechos de fotografía: Modestas J, dickdotcom
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