Débora es una mujer casada de 51 años, madre de tres hijos, que participa, junto a su familia, en el proyecto que llevamos a cabo en siete departamentos de El Salvador con la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (AECID) y la organización socia local Cristosal para atender las necesidades inmediatas de las familias que han sufrido situaciones de desplazamiento forzado y otras formas de violencia, agudizadas debido a la pandemia.
Además de ofrecerles asesoría y acompañamiento en acceso a la justicia, fortalecer sus conocimientos para emprender negocios y formarles para que conozcan sus derechos y puedan exigir su cumplimiento, las familias participantes han recibido diversos kits de alimentación e higiene y apoyo económico para el pago de la vivienda y la recuperación de medios de vida, entre otras ayudas para superar el trauma vivido. Este es el caso de Débora, que nos cuenta, ya más tranquila y recuperada, su experiencia.
Teníamos una vida tranquila en la ciudad. Mi esposo tenía un trabajo estable y yo me dedicaba, además de a las actividades de la casa, a vender frutas y paletas –helados–, lo que me permitía generar unos ingresos suficientes para satisfacer las necesidades básicas de nuestra familia. Sin embargo, un integrante de la pandilla del sector donde vivíamos un día nos envió una nota que decía que debíamos entregar a una de nuestras hijas para que fuera su mujer y, además, teníamos que guardar armas de la pandilla en casa.
Ante nuestra negativa recibimos amenazas, por lo que tuvimos que desplazarnos inmediatamente. En un intento desesperado por salvaguardar nuestra vida tomamos la decisión de irnos lo más lejos posible, donde no pudiéramos ser reconocidos.
Lo que ocurrió me generó un impacto emocional y psicosocial muy fuerte, incluso llegué a caer en un estado depresivo muy fuerte que en repetidas ocasiones me indujo a querer tomar la decisión de quitarme la vida.
Actualmente he logrado trazar metas en mi vida tanto personal como familiar y puedo confiar nuevamente en las demás personas y establecer conversaciones amenas. Ya salí de la cueva, me espera un largo camino, pero el pasado quedo atrás y es momento de mirar hacia adelante. Además, estoy impulsando un emprendimiento de elaboración de hamacas.
Luego de preparar el desayuno, preparo el material para tejer hamacas y selecciono con mi esposo los colores que vamos a utilizar. Debo confesar que tengo una predilección por el color morado lila y el color vino, que se han convertido en mis colores favoritos para tejer y los combino con colores agua y verde menta. Actualmente he logrado establecer contactos con una empresa que cada semana nos compra las 3 o 5 hamacas que producimos.
Lo que más me ha gustado son las sesiones de apoyo psicosocial y el proceso de asesoramiento para elaborar un plan de vida familiar, que me ha permitido ponerme metas y volver a soñar con cosas que creía perdidas. También el apoyo que nos han brindado para la recuperación de medios de vida, porque considero que me han entregado las herramientas para echar andar los proyectos que tengo y mejorar las condiciones de vida tanto mías como de mi familia.
Me gustaría aprender a tocar el piano con mi hija menor, que tiene 13 años, y hacer crecer mi negocio de hamacas para poder emplear a otras personas que han tenido menos oportunidades que yo.
Que no pierdan la esperanza, que se sientan motivadas y consideren que nunca es tarde para empezar de nuevo. Y que no importa el día ni el lugar, que no hay que darse por vencidas. Les invitaría a que estén dispuestas a recibir terapia psicológica y que descubran que no todo está cerrado, que siempre hay una oportunidad para continuar.
bienestar , derecho a la educación , El Salvador , protección , Violencia , Violencia contra la mujer
Conoce quiénes somos, qué hacemos y por qué lo hacemos.
Recibe nuestra newsletter con todas las novedades.
Con los REGALOS SOLIDARIOS EDUCO ayudarás a que miles de niños y niñas vulnerables puedan estudiar, crecer sanos y tener oportunidades de futuro. ¡Regala aquí!