Existe un lugar donde los niños y niñas vuelven a conectar con su esencia, donde aprenden, juegan, hacen amigos y día a día van ampliando las posibilidades de tener un futuro con más luz y menos trabajo duro. Ese lugar está justo en el corazón del mercado de pescado de Benín, en Cotonou. Ese lugar es la escuela que gestionamos desde Educo para niños y niñas trabajadores.
En este pequeño espacio, los sueños y los niños se hacen grandes. Porque desde hace más de cuatro años, damos la posibilidad a más de 30 niños, niñas y adolescentes de entre 9 y 15 años que trabajan en el mercado —en enero de 2024 se calcula que había más de 200 niños y jóvenes trabajando allí — de hacer un curso de aprendizaje acelerado. Gracias a estas clases, que realizan de 9 de la mañana a 3 de la tarde, pueden aprender en tres años lo que normalmente se aprende durante los seis años de la etapa de educación primaria.
Y es que en Benín es muy común que los niños y niñas tengan que trabajar para ayudar a sus familias, y cuando son muy pobres eso puede suponer no ir al colegio. Estos chavales ayudan a sus familias en las tiendas del mercado: vendiendo o limpiando pescado, comida, redes u otros utensilios para los trabajadores del puerto, y algunos salen a pescar con sus padres el fin de semana.
"Somos conscientes de que la única posibilidad de que los niños del mercado vayan al colegio es traer la escuela hasta aquí. Van al aula por la mañana y así pueden ir a trabajar por la tarde. Debemos adaptarnos a su realidad porque si no es así no vendría ninguno", nos cuenta una persona de nuestro equipo de Benín. .
Ali tiene 12 años y debe combinar el colegio con la venta de bolsas de plástico en el mercado, donde gana unos dos euros diarios (1.200 CFA), vitales para la economía familiar. Después de dos años sin sentarse en un pupitre, Ali regresó a las aulas gracias a la escuela del puerto y ahora explica con entusiasmo cómo es su extenuante jornada diaria: “me levanto a las cinco de la mañana para ayudar a mi madre a hervir raíces para venderlas como remedio en el mercado, camino dos horas para llegar al colegio a las ocho y, al salir, a la una, vendo bolsas hasta las siete u ocho de la tarde”.
Fueron las propias familias quienes pidieron tener un centro educativo en el mismo mercado. Les dejan ir unas horas conscientes de que es la única manera de que tengan mejores oportunidades de futuro. Aparte de la formación clásica como francés, matemáticas, ciencias, arte y deporte, también aprenden normas de educación básica, de respeto mutuo, autoestima o cómo comportarse en sociedad.
También tienen momentos de aprendizaje más relajados o divertidos a través de juegos como el pilla pilla, el juego de las sillas o el ajedrez, entre otros. De esta manera, aprenden a compartir y divertirse con sus compañeros y a gestionar conflictos de manera pacífica y se olvidan un poco de su complicada vida.
Además, este es un espacio de protección, donde los niños y niñas aprenden sus derechos y pueden denunciar cualquier situación de abuso. Aunque todos tienen muchas ganas de estudiar, a veces algunos se saltan las clases para trabajar, y otros lo dejan al cabo de poco porque sus padres les necesitan para completar los ingresos necesarios para salir adelante.
Pese al cansancio, Ali asegura que es feliz. “En mi casa necesitamos el dinero, pero ahora puedo estudiar y podré conseguir mi sueño de convertirme en conductor de camiones, como mi padre. Por la noche estoy cansado, pero prefiero esto a trabajar y trabajar sin parar”, explica.
Derechos de imagen: © Alfons Rodríguez / Educo
Benín , derecho a la educación , educación , Pobreza , Trabajo infantil
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