Valeria tiene 22 años y es estudiante de la licenciatura en Salud Ambiental en la Universidad de El Salvador. Vive en el municipio de San Salvador y participa en la
Casa de encuentro de la niñez, adolescencia y juventud, un proyecto que llevamos a cabo con la Asociación Intersectorial para el Desarrollo Económico y el Progreso Social CIDEP y el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona y que tiene como objetivo
ofrecer un espacio libre de violencia donde jóvenes y adolescentes puedan desplegar su capacidad artística y cultural y aprender a transformar los conflictos a partir, entre otros, de la mediación y la comunicación no violenta.
Espacios de participación, formación profesional, artística y cultural, servicio de biblioteca y cursos de idiomas, diseño gráfico, robótica y liderazgo. Esto y mucho más es La Casa, una iniciativa innovadora y exitosa, que surgió como respuesta a las demandas de la población adolescente y joven de San Salvador, la capital de El Salvador. Valeria nos cuenta qué es para ella poder disfrutar de este espacio: “La Casa me cambió como ser humano.
He crecido y trabajado por cambiar la vida de muchos más jóvenes y me ha permitido comenzar a dejar mi huella en este bello país”.
“A mis 15 años recuerdo que formé parte de un colectivo de jóvenes y adolescentes, pero nos desmotivamos y dejamos de trabajar. Me enojé y dije que nunca más iba a volver a pertenecer a una organización porque es una pérdida de tiempo. Pero al final la vida da tantas vueltas y, en una de esas vueltas, conocí el Instituto Municipal de la Juventud y el proyecto La Casa.
Es un proyecto tan genial y bonito que me ha permitido
formarme como lideresa y convertirme además en coordinadora general del Comité Gestor, que representa a toda la juventud del municipio. Desde aquí promovemos iniciativas que favorecen a este sector de la población salvadoreña que ha sido estigmatizado y en algunos municipios incluso invisibilizado.
Al principio sentía miedo, pero no me importaba. La emoción y la alegría de saber que muchos jóvenes confiaban en mí era más grande que cualquier miedo. En ese proceso de dos años aquella joven que no creía en
el trabajo comunitario y el poder de los adolescentes y jóvenes, que muchos adultos etiquetan de vagos, delincuentes, buenos para nada o sin oficio, ahora se sienta junto al alcalde y presenta al gobierno municipal una política a favor de las juventudes.
He podido conocer la realidad de la juventud, me ha hecho más sensible, humana, empática y, a su vez, me ha permitido promover
iniciativas que alejan a los jóvenes de la delincuencia y las drogas en todo San Salvador. Son dos años ayudando a formular nuevos espacios y talleres y compartir con otros jóvenes. A pesar del duro trabajo, si pudiera retroceder en el tiempo volvería a decir sin duda sí al Comité Gestor, sí al proyecto La Casa”.
Desaprender la violencia
En lo que va del siglo XXI las diversas formas de violencia en El Salvador han tomado una nueva forma cruenta y extremadamente destructiva de la convivencia social. Porque se desarrolla y reproduce en la comunidad, en los barrios y las zonas más excluidas donde
la desigualdad exhibe sus peores miserias, pero también porque tiene como protagonistas, víctimas y victimarios principales, a adolescentes y jóvenes.
Cada vez más niños y niñas son impactados por la barbarie de la violencia cotidiana como forma de vida, como forma de enfrentar las diferencias, como forma de ganar poder y reconocimiento social. Se trata de la
violencia intrafamiliar y comunitaria que afecta cotidianamente a la población, y de la violencia desplegada por y en torno a las organizaciones delictivas conocidas como
maras o
pandillas.
El óptimo caldo de cultivo para la violencia y el crecimiento de estas organizaciones lo constituyen la
pobreza, la exclusión, los servicios básicos precarios en calidad y algunos también en cobertura que siguen reproduciéndose en el país, a pesar de los múltiples esfuerzos realizados por mejorarlos por parte de entidades públicas y privadas, nacionales e internacionales.
Ante esta realidad es fundamental ofrecer a jóvenes y adolescentes contextos que favorezcan su desarrollo en ambientes libres de violencia y trabajar su
capacidad de resiliencia, el desarrollo de sus competencias para la paz y darles la oportunidad de incrementar su aporte a la sociedad y reconocer su propia capacidad interior como agentes de transformación para un municipio libre de violencia. Y esto es lo que encuentran en La Casa.
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