Prasak camina lento... está muy cansado, pues ya ha caminado ocho de los diez kilómetros que separan su casa de la escuela. De repente, un movimiento en la maleza del lado del camino lo pone en alerta. Cuando voltea su cabeza se da cuenta de quién es la culpable de esos ruidos: una cobra. “Me seguía sigilosamente, pero cuando me di cuenta de su presencia saqué fuerzas de no sé dónde y corrí con todas mis fuerzas hasta llegar al cole”, nos cuenta este niño camboyano.
Los animales salvajes no son el único peligro al que se enfrentan los niños y niñas de Camboya que tienen que caminar cada día muchos kilómetros desde sus comunidades ubicadas en zonas muy remotas hasta la escuela más cercana. La tía de Prasak, con la que vive desde que sus padres se divorciaron y con la que se refugió para evitar más palizas de su padrastro, sufría mucho en temporada de monzones: “Mi tía me pedía que no fuera a la escuela durante los días de lluvia porque tenía miedo de los rayos o de los fuertes vientos, pero yo me sentía muy triste porque me encanta ir al cole".
Y es que este joven no lo tuvo fácil para estudiar. Sus padres se mudaron tres años a Tailandia y tuvo que dejar sus estudios a un lado. Pero allí aprendió a montar en la bicicleta de su padre, algo que en un futuro no muy lejano agradecería y le pondría el camino más fácil para graduarse. "Poder montar en bici por primera vez en mi vida fue una experiencia muy emocionante. Ahora voy en bici todo el día. Educo me entregó una ¡y me puse tan contento! Ahora puedo llegar a la escuela puntual sin agotarme por el camino y no se me hace de noche cuando salgo del cole", añade Prasak con una sonrisa.
"Para conseguir un buen trabajo y tener un futuro mejor que el de mis padres, quiero terminar el bachillerato", afirma Prasak. Su determinación es fuerte y su motivación lo empujan a seguir adelante, aunque haya tenido que repetir dos veces segundo y tercero de primaria.
A pesar de que el derecho a una educación básica está garantizado en la legislación de Camboya, en la práctica está lejos de cumplirse, especialmente en las zonas rurales, donde apenas llegan los recursos públicos. Este el caso de la provincia de Battambang, en la frontera con Tailandia, una zona selvática de difícil acceso, donde viven comunidades dispersas y la pobreza es dominante. En esta zona, tan solo dos tercios de los niños que empiezan la educación primaria la finalizan. La pobreza obliga a muchas familias a sacar a sus hijos de la escuela, ya que no pueden permitirse pagar los costes que les supone. O los necesitan para trabajar en casa o en el campo.
Así, nos pusimos a trabajar en esta zona para para lograr que todos los niños, especialmente los más vulnerables, puedan acabar sus estudios. Para ello, creamos un mapa de la aldea que denominamos "mapa escolar", en el que enumeramos a todos los niños y niñas de las comunidades en las que estamos presentes. Los profesores utilizan este mapa para supervisar el progreso de los alumnos y las tasas de abandono: visitan con frecuencia las casas de los niños, especialmente las de los que han abandonado los estudios, se han quedado rezagados por problemas familiares o necesitan cuidados adicionales, y los animan a seguir en la escuela o a volver en el caso de que la hayan abandonado.
También construimos nuevas escuelas en comunidades remotas que no tenían o mejoramos las instalaciones de las ya existentes para hacerlas más acogedoras para los niños y niñas, como el patio de recreo, las letrinas, un sistema de abastecimiento de agua o una biblioteca con abundante material de lectura. Además, formamos a los directores de las escuelas y a los profesores para que puedan implicar mejor a los alumnos en el aprendizaje y ganarse la confianza de la comunidad.
Camboya , educación , escuela , Pobreza , Pobreza infantil , protección
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