La región de Bicol de Filipinas, donde trabajamos desde hace más de 20 años, es una de las más propensas a las catástrofes naturales, lo que contribuye a aumentar la pobreza de esta región donde 27 de cada 100 bicolanos son pobres.
Y esto se traduce en el binomio que tristemente parece inquebrantable: pobreza y trabajo infantil. Casi el 11% de los niños y niñas que trabajan en Filipinas —más de 2 millones—, son de esta región. Las familias carecen de oportunidades laborales, y esto provoca que para ellos sea aceptable que sus hijos trabajen, porque es la manera de aumentar los ingresos familiares, sacrificando la educación de sus hijos.
Pero hay otros factores que contribuyen a que el trabajo infantil no desaparezca como el desconocimiento de los derechos de la infancia por parte de sus cuidadores y la falta de vigilancia en la detección de estos casos: hay pocas denuncias y las pocas que hay no se derivan al organismo competente.
Es el caso de Hanna, que empezó a trabajar junto a sus padres cuando era muy pequeña por dos razones principales: mantener a su familia y ayudar a su padre a sobrevivir de su enfermedad. Atendía un puesto de comida a dos horas en coche de su residencia, y solía ir sola en jeepney, un autobus pintoresco típico de Filipinas. Durante el verano, Hanna se iba con su madre a trabajar a tiempo completo durante los meses de mayo a junio, todos los fines de semana.
Trabajaba como cocinera, camarera y, a veces, lavaplatos, sobre todo si notaba que su madre estaba cansada de su duro trabajo, pues laboraban quince horas seguidas al día por unos 3 euros aproximados ella y 5 su madre, muy por debajo del salario mínimo de Filipinas de 10 euros al día por 8 horas de trabajo. Sufría el calor extremo de la cocina, la falta de horas de sueño, el hambre ya que tenía que saltarse comidas solo para atender los pedidos y las necesidades de los clientes. También recibía regañinas de su jefe.
Ella no sabía que era el trabajo infantil, lo percibía como algo normal pues forma parte de la cultura filipina ver cómo los niños ayudan a sus padres a salir de la pobreza mediante el trabajo y el esfuerzo extremo. Cuando Hanna fue identificada como víctima del trabajo infantil en su pueblo, su familia se sintió señalada, pensaban que tendría consecuencias legales.
Gracias a uno de los proyectos que llevamos a cabo para niños y niñas víctimas del trabajo infantil en Filipinas, pudimos ayudar a la familia de Hanna. Recibieron formación y pudieron empezar un pequeño negocio, y así Hanna pudo liberarse de su trabajo.
Hoy disfruta de sus estudios sin tener que pensar en nada más: no compagina trabajo con estudios, sino estudios con extraescolares. Es una alumna excelente que consigue muchos reconocimientos. Sus dotes de liderazgo se están perfeccionando poco a poco, ya que es la presidenta de la Organización de niños y niñas de su barrio. Ahora está más motivada para proseguir sus estudios y continuar el sueño de convertirse en abogada.
Hanna se siente más fuerte gracias al apoyo de su familia y de todos los que la rodean. Comparte su motivación con sus compañeros y amigos para persuadirles de que no abandonen sus estudios y destaquen también en sus comunidades: "Ahora dirijo una organización y actúo como la voz de los niños para los niños. También me dan formación para conocer mis derechos. Estoy agradecida de que exista una organización como Educo que ayude a los niños y niñas", nos cuenta Hanna.
Hanna tiene grandes esperanzas e imagina un mundo en el que el trabajo infantil no tenga que existir. Está plenamente convencida de que eso se consigue con la educación: "A todas las víctimas del trabajo infantil les diría que no hay nada malo en ayudar a los padres, pero hay que dar prioridad a uno mismo y a los estudios".
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