Flor Hernández, la profe, como la llaman cariñosamente sus estudiantes, lleva 20 años ejerciendo en
zonas desfavorecidas de Nicaragua y en este tiempo su vocación por la docencia no ha dejado de crecer. Sabe ganarse a sus alumnos pero, sobre todo, consigue
despertar en ellos el interés por aprender y potenciar al máximo sus capacidades. “Mi profesión no me da dinero, pero sí
una satisfacción personal que no tiene precio”, afirma.
Flor sabe también lo que es vivir en un entorno de pobreza. Natural de
Managua, se crió en una familia de escasos recursos, al lado de sus abuelos y sus dos hermanos pequeños. Desde muy pequeña colaboró para ayudar a la economía doméstica y siempre tuvo claro que, para dejar de ser pobre, tenía que esforzarse y estudiar.
Así, después de titularse en una de las llamadas
Escuelas Normales de Nicaragua (centros universitarios públicos de Magisterio que se caracterizan por su nivel de excelencia), amplió sus estudios con la carrera de Lengua y Literatura e incluso se atrevió con la psicología clínica.
Sus inicios profesionales no fueron fáciles ya que, al empezar con solo 17 años, muchos no querían contratarla y los primeros cuatro años trabajó de manera precaria. Sin embargo, estar con los niños y niñas la compensaba con creces. “
Estudiar para maestra fue algo lindo, mis maestros fueron personas preparadas, me enseñaron mucho y cuando estaba en el aula me sentía feliz sin importar que me pagaran poquito”, recuerda.
Actualmente acaba de asumir la subdirección de la
escuela Mercedes Campos, uno de los centros apoyados por Educo en el Distrito VI de Managua –una de las zonas más desfavorecidas de la capital–, donde trabaja desde hace 11 años. Durante todo ese tiempo ha dado clases a todos los niveles y hoy está convencida de que todos le gustan. Su despacho siempre está lleno de estudiantes; ella piensa que les atrae y sus colegas afirman que los niños la siguen.
Flor persigue potenciar las capacidades de cada uno de sus alumnos
Enseñar a través del juego
No es por casualidad. A su vocación de enseñar se une su afán por formarse e innovar y, en este sentido, utiliza la técnica de la
ludopedagogía, es decir, enseñar a través del juego, una estrategia que ha aprendido en los
programas de capacitación de maestros que Educo lleva a cabo. Con objetos para reciclar, ella y sus alumnos construyen materiales didácticos que utilizan para aprender las lecciones. “Eso les da confianza y seguridad”, afirma. Para Flor, hay muchos docentes que no saben potenciar las capacidades de los niños y niñas. “
Yo me quedo admirada de la capacidad de creación de mis estudiantes. Hace poco conocimos el sistema solar creando una maqueta con material reciclable; solo el hecho de que ellos mismos lo hicieran les permitió conocer la distancia de la Tierra al sol e identificaron los planetas a través de colores”. En otra ocasión, elaboraron una ruleta con preguntas y respuestas sobre tema de salud y del medio ambiente.
De esta manera, cada tema tratado en clase genera un trabajo en grupo y así, los alumnos se divierten y a la vez aprenden.
Más allá de las aulas
¿Cuál es el secreto del éxito del docente? Para ella, es muy simple: la atención al estudiante. “
Yo, como maestra, debo velar por que mi alumno esté sano, nutrido, saludable física, mental y emocionalmente, porque un niño enfermo o que sufre violencia no va a rendir igual. Solo estando pendiente de él se pueden identificar los problemas”.
Afirma que una de las cosas que más le satisfacen es que
ha logrado ayudar a niños con problemas de abandono, violencia y desnutrición. Cuenta el caso de un adolescente de 13 años que llevaba tres años repitiendo el mismo grado, que siempre se mantenía fuera del aula y no hacía los deberes. Un día ella habló con él y llorando le confesó que no sabía leer. “Cuando lo supe, realmente me dieron muchas ganas de llorar –explica–. Yo pensé que cómo era posible que otros maestros no hubieran logrado ver el problema de este niño. Desde entonces, yo me dediqué, le enseñé a leer cantando y con adivinanzas. Junto a otros estudiantes, hacíamos dinámicas con canciones y por cada palabra, iban identificando vocales y consonantes. Al año siguiente, se convirtió en mi mano derecha”.
También relata el caso de un niño sordo y con problemas en el habla al que enseñó a hablar leyendo los labios, o el caso de una niña con desnutrición que sanó después de llevarla al centro de salud del barrio. Y así muchos casos más donde se muestra que la labor docente va más allá del mero ejercicio del magisterio.
Creer en los estudiantes
Muchos estudiantes van a su casa para saludarla o consultarle temas sobre diferentes asignaturas. Ella nunca tiene un “no” para nadie. A su vez, antiguos alumnos la visitan para agradecerle su apoyo y por haber creído en ellos. “
El cariño de mis estudiantes me llena, son un tesoro para mí, yo le digo a cada uno que va saliendo de la primaria que cuando vengan a visitarme con su título universitario me van hacer feliz”, comenta.
La profe se siente feliz porque ha visto a sus alumnos llegar hasta la universidad, muchos la visitan, algunos trabajan en la empresa privada, instituciones del Estado y otros se han convertido en médicos. Flor afirma que los docentes deben creer en los estudiantes y asegura que
cada vez que se apoya a un niño o niña se le está cambiando la vida para siempre.
Tras 20 años de ejercicio de la profesión, mantiene intacta su ilusión por enseñar. En la imagen, posa con sus alumnos de la escuela de Managua
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