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La vida desde los ojos de una niña rohinyá en el campo de refugiados más grande del mundo

La vida desde los ojos de una niña rohinyá en el campo de refugiados más grande del mundo

julio 27, 2020

Mosharrofa tiene 12 años y vive con sus cinco hermanos y sus padres en Cox’s Bazar, el campamento de refugiados más grande del mundo, en el que conviven hacinadas casi un millón de personas en el sur de Bangladesh. Toda su familia tuvo que escapar de una muerte segura en su país de origen, Myanmar. “Era mucho más joven cuando llegué al campamento. Tuvimos que cruzar el río para llegar a Bangladesh y sufrimos mucho porque tanto yo como mis hermanos éramos muy pequeños. Ahora mi padre y mis hermanos no trabajan. Nuestra familia vive de las ayudas que nos dan las diferentes oenegés, como Educo, que trabajan en los campos rohinyás. Mi madre es ama de casa. Ella hace todo el trabajo doméstico”, nos cuenta. 

“Estoy estudiando tercer grado en una de las escuelas del campamento. Cuando vivíamos en Myanmar, mis padres podían pagarme los estudios, por eso cuando vinimos aquí me animaron a que siguiera estudiando y lograra mi sueño de ser médico para ayudar a los demás. Pero no sé podré cumplirlo siendo una niña rohinyá,  porque no hay ninguna escuela de secundaria en el campamento. Las escuelas aquí sólo apoyan la educación primaria hasta el quinto o sexto curso. Si algún niño rohinyá quiere continuar su educación no tiene la oportunidad de hacerlo. Y no tiene más remedio que ayudar a sus padres en las tareas domésticas para el resto de su vida”, dice apenada Moharrofa. 

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Y es que cuando las niñas rohinyás llegan a los 16, 17 o 18 años de edad, sus padres tratan de casarlas lo antes posible. “Si tengo la oportunidad, quiero estudiar mucho más”, asegura esta joven.  

Cómo es la vida de Mosharrofa en Cox's Bazar

Su día a día empieza muy temprano y termina tarde. Aprovecha el día al máximo: “Me levanto a las 5 de la mañana todos los días. Me baño y voy a Maktab (palabra árabe que significa escuela primaria) a las 6 para aprender el Corán. Vuelvo a casa a las 9 y ayudo a mi madre con las tareas domésticas. Luego voy a la escuela a las 11 y estudio allí hasta la 1. Al volver a casa almuerzo y vuelvo a visitar el Maktab donde estudio hasta las 4. Después de llegar a casa ayudo a mi madre con sus trabajos y luego voy a jugar con mis amigos. A las 5 voy a ver a mi maestro para tomar clases particulares. Allí leo birmano, inglés y matemáticas. Llego a casa a las 6:30, limpio, ceno y me voy a dormir a las 8”. 

Mosharrofa forma parte de nuestro club de adolescentes, de hecho, es la líder del equipo: “Llamo a todos mis amigos para que vengan a las formaciones de Educo. Somos 20 miembros en nuestro grupo de adolescentes: diez chicos y diez chicas. Me encanta ser parte de este grupo porque aprendemos muchas cosas y siempre con alegría, como por ejemplo que hay que evitar los matrimonios tempranos, el abuso físico, acoso sexual o  el porqué los niños no deben ser descuidados y sobre las responsabilidades que los adultos tienen hacia los niños". 

Dice que todo lo que ha aprendido en el club de Educo sobre la protección de los niños la ha ayudado mucho en su vida real. "Antes no podía entender muchas cosas, pero ahora soy muy consciente de mi vida. No doy trabajo a mis hermanos menores y no los dejo ir lejos para mantenerlos a salvo de secuestros y tráfico de menores. Tampoco los golpeo y si alguien lo hace, se lo prohíbo. También trato de evitar que los adultos los regañen. Si alguna vez veo a algún niño en riesgo de abuso, matrimonio infantil, trabajo infantil o tráfico de niños, trato de hacerle ver que eso es ilegal. Le digo la edad legal para el matrimonio y le cuento todos los aspectos negativos del matrimonio temprano o del trabajo infantil. Si eso no funciona, informo al majhi (el jefe de la comunidad) que está a cargo del campamento y al comité de protección infantil”.  
 
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La joven asegura no tener ningún problema para vivir en el campamento, aunque por la noche no se aleja de su casa porque dice tener miedo. “Mi tiempo de juego se acaba cuando vuelvo de la escuela, pero siempre que tengo tiempo por la tarde trato de jugar con mis amigos. Juntos jugamos a juegos de muñecas, salto de cuerda o al escondite. Me gustaba mucho Myanmar porque allí podía jugar en un terreno espacioso. Mis amigos y yo podíamos ir a todas partes. Pero aquí en el campamento no hay espacio, las casas son muy pequeñas”.  

Y es que, aunque se ha adaptado a vivir en el campamento, admite que echa mucho de menos su país: “Solía ir a la escuela, visitar la casa de mis abuelos con mi madre, ir al mercado con mi padre y pasar tiempo jugando con mis amigos en el campo. Realmente quiero volver a Myanmar porque nuestros parientes viven muy lejos en los campos, así que no siempre es posible visitarlos. Pero en mi país mi familia y mis parientes solíamos vivir todos juntos en la misma zona”.  

La capacidad de adaptación de los niños y niñas es ejemplar, y la historia de vida de esta joven rohinyá es una clara demostración. Pero no por eso debemos olvidarnos de que sus derechos deben respetarse, como su derecho a recibir una educación de calidad, y hacer todo lo posible, a pesar de que las circustancias sean las más adversas del mundo, para que así sea. Por eso, desde Educo, seguiremos trabajando para hacerlo posible. 

  


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