“Mi cita favorita es: ‘Nunca dejes de soñar hasta que hayas alcanzado tu meta en la vida’ y eso es lo que estoy haciendo ahora mismo”. Ella es Nonalyn, tiene 24 años y recibe una educación adaptada a sus necesidades como Sama Bajau. Su madre es propietaria de una tienda mientras que su padre es pescador en la provincia de Bataan. Tiene seis hermanos, dos están ahora en Manila con otros familiares y otros dos viven en otra ciudad. Con ella solo vive uno de los hermanos, varón, pero como Nonalyn aún no tiene su propia familia, debe cuidar de su madre y de la casa.
Conocidos como los nómadas del mar y autodenominados Sama, los Bajau son una tribu que habita en Filipinas, principalmente en el archipiélago de Joló, así como en la península de Zamboanga. Los Bajau, y otras tribus cercanas, han hecho su vida sobre el mar, un lugar de difícil acceso y en el que raramente se prestan servicios públicos. Su sustento depende de la pesca, una industria que está muy poco desarrollada y desprotegida en Filipinas.
Nonalyn tuvo que dejar sus estudios en cuarto grado porque su familia ya no los podía pagar, pero gracias al proyecto de educación para los Sama Bajau que apoya nuestra ONG, pudo realizar su sueño de volver a la escuela y graduarse. “Quiero sacarme la educación superior y formar parte del equipo de respuesta a emergencias para ayudar a la gente que lo necesite. Sueño con ser profesora, aunque sé que para lograrlo tendré que dedicarle mucho tiempo y esforzarme mucho. Sé que la vida seguirá poniendo a prueba a nuestra familia, pero nunca dejaré de soñar que cuando termine de estudiar, podré mantenerlos y darles un futuro mejor".
Siempre han vivido en el mismo sitio, desde que nacieron, pero en 2013, después del asedio de Zamboanga por parte de cientos de rebeldes armados del Frente Moro de Liberación Nacional (FMLN), su familia tuvo que desplazarse a uno de los mayores lugares de evacuación durante los años que duró la crisis. Volvieron a Sitio Hongkong en 2017 cuando el gobierno local les proporcionó refugio.
Antes de la pandemia, Nonalyn recuerda Sitio Hongkong como una comunidad feliz y sostenible. “La mayoría de los hombres están en el mar, pescando o cultivando algas, mientras que las mujeres van al mercado a vender la pesca de sus maridos. La gente de la comunidad se trata como una familia y comparte incluso lo poco que tiene con los demás cada día, lo que permite a las familias ahorrar dinero para la comida”.
"Me levantaba temprano para prepararme para el trabajo, tomar un baño y desayunar. En el trabajo, limpiaba la casa de mi empleador y lavaba su ropa. Regresaba a mi casa sobre las cinco de la tarde, descansaba un poco, y luego ayudaba a mi madre en la casa. También iba a las sesiones de educación adaptada a nuestras necesidades y ayudaba a mi madre en la tienda cuando no tenía clase. Todos mis ingresos se los daba a ella para ayudar con los gastos de nuestro hogar.
Siempre intentaba sacar tiempo de mi estresante día a día para leer. Me encantan las novelas románticas y cocinar. Tengo pocos amigos y la mayoría de ellos son mis primos, ya que la mayor parte del tiempo estaba ocupada trabajando, o con mis estudios, o con las tareas domésticas. Tengo poco tiempo para relacionarme, así que uso mucho los chats de grupo".
Pero el coronavirus llegó y lo cambió todo.
“Esta pandemia realmente lo está haciendo muy difícil para nuestra familia. Mi madre ya no puede salir a comprar artículos de primera necesidad porque el transporte público está suspendido y no puede caminar de casa a la ciudad porque ya está muy mayor. Tuvo un leve derrame cerebral y mis hermanos ni siquiera pueden visitarnos. También estoy preocupada por mi padre y mis otros hermanos que están en Manila, que es el epicentro de la COVID-19 en Filipinas. Me duele en el corazón que no estemos juntos en estos tiempos difíciles.
Ahora, la pequeña tienda de mi madre, que es nuestra única fuente de ingresos, está en bancarrota ya que no podemos comprar artículos para vender. Otros miembros de la familia también necesitan dinero, así que damos parte de los ingresos de la tienda.
En cuanto a mí, he perdido mi trabajo desde hace dos meses. Me era muy difícil ir a trabajar debido a las medidas de cuarentena de la comunidad. No quiero volver porque tengo miedo de que pueda infectarme con el virus cuando salga.
Cuando me enteré de la existencia de la COVID-19 en nuestras sesiones de educación, me sentí muy asustada y preocupada. En ese momento sufría de tos y eso podía ser un síntoma de la enfermedad. El personal sanitario me preguntaba regularmente cómo estaba y me aconsejaba que me hiciera un chequeo si las cosas no mejoraban.
Como soy la presidenta de la clase, me ocupo de que la mayoría de mis compañeros asistan a las sesiones en línea y puedan enviar sus resultados a tiempo. Junto con otros amigos de clase, visitamos a nuestros compañeros en sus casas y les prestamos nuestros apuntes. Yo llevo a las chicas mientras que otro compañero lleva a los chicos. Cuando terminan sus tareas, tomamos fotos de ellas y las presentamos a nuestros encargados de instrucción.
He observado que la mayoría de mis compañeros de clase tienen dificultades para ponerse al día con las lecciones ya que no pueden acceder a Internet. No pueden asistir a las sesiones y se están quedando atrás. Por eso espero que el gobierno nos proporcionara la tecnología adecuada como tabletas, teléfonos inteligentes y acceso a Internet. Esto es muy importante para los niños menos afortunados como nosotros.
Echo mucho de menos a mis compañeros: compartir chistes, historias, mis sueños y ¡comer bocadillos con ellos! También extraño a mi jefe, que ha sido muy amable conmigo. Espero poder seguir trabajando después de esta pandemia".
El proyecto de educación para los Sama Bajau que apoyamos ofrece la oportunidad de acceder a la educación a 400 niños adolescentes y adultos jóvenes de Sama Bajau y aumentar así las oportunidades de empleo a través de un sistema de aprendizaje alternativo y, más adelante, con formación técnica profesional.
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