“Si no trabajo, mi familia morirá de hambre. Con mis ingresos pagamos el alquiler que debemos del año pasado y podemos comprar alimentos para mí y para mi madre”. Sumaya es una n
iña de 13 años que vive en Dhaka, Bangladesh, y trabaja 12 horas al día en una tienda de ropa por unos 35 euros al mes.
La mayoría de las escuelas del país siguen cerradas por la COVID-19 a causa de las estrictas medidas de confinamiento impuestas en los últimos meses y Sumaya solo puede estudiar desde casa cuando el trabajo se lo permite: “Antes de la pandemia
me gustaba mucho estudiar y quería seguir para poder ser maestra, pero ahora todo me parece incierto. Aunque las escuelas vuelvan a abrir, no creo que pueda reincorporarme porque mi horario de trabajo coincide con el de la escuela”.
Con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, desde Educo hacemos una llamada urgente a los gobiernos para que se comprometan a tomar medidas y
que ningún niño o niña trabaje antes de finalizar la educación obligatoria, ya que se les está privando de su derecho a la educación, a tener una infancia saludable y a oportunidades de desarrollo futuras. Además, los gobiernos tienen que tomar las medidas necesarias para garantizar que se aplique la ley.
El recién publicado informe de la Organización Internacional del Trabajo y Unicef
Trabajo infantil: Estimaciones mundiales 2020, tendencias y el camino a seguir revela que
160 millones de niños y niñas en todo el mundo se encuentran en situación de trabajo infantil, lo que significa un aumento de 8,4 millones en los últimos cuatro años, una cifra al alza por primera vez desde 20 años y que podría empeorar debido a los efectos de la pandemia mundial.
Los factores que propician el trabajo infantil son múltiples, pero uno determinante es la pobreza. La crisis económica ligada al coronavirus se está prolongando en muchos países, y eso supone que
está aumentando el número de familias cuya situación económica empeora día a día. Como resultado, muchos niños y niñas se están viendo obligados a trabajar en condiciones cada vez peores y abandonando sus estudios. Es una realidad que vemos día a día en nuestros proyectos sobre el terreno.
Uno de cada tres niños y niñas que trabajan está fuera del sistema educativo. Los que trabajan y también asisten a clase tienen muchas
dificultades para concentrarse y aprender debido a las responsabilidades y al cansancio. No solo eso, los niños y niñas víctimas del trabajo infantil, especialmente del más peligroso, corren el riesgo de sufrir todo tipo de violencia por parte de sus empleadores u otras personas adultas, no reciben la alimentación adecuada ni el tratamiento médico que necesitan y tienen muchas probabilidades de sufrir las consecuencias de lo que han vivido en su desarrollo físico, psicológico, emocional y cognitivo.
Una de las vías para acabar con esta lacra y revertir la situación es garantizar por ley que todos los niños y niñas tengan acceso a una
educación segura, inclusiva y de calidad. Asimismo, es imprescindible que los gobiernos, a la hora de tomar medidas para acabar con el trabajo infantil, escuche a la infancia y atienda sus peticiones para que las acciones que se tomen se basen en sus necesidades y sean sensibles a sus realidades.
Fomentar el derecho a la
educación como derecho habilitador de otros derechos y como factor que transforma vidas es nuestra prioridad como ONG. En este sentido, impulsamos programas específicos en países con una mayor incidencia de trabajo infantil como Malí, Filipinas, Benín y Bangladesh. En el caso de Mali, llevamos a cabo un programa para escolarizar a dos mil niñas que trabajan en el servicio doméstico en condiciones de esclavitud.
En Filipinas, Educo promueve los derechos y da apoyo socioeconómico para
erradicar el trabajo infantil en el sector agrícola y pesquero. En Benín, el programa
Del mercado a la escuela promueve la educación y la protección de los niños, niñas y adolescentes que trabajan en condiciones insalubres en el mercado. En Bangladesh, contribuimos a la prevención y la eliminación de las formas más peligrosas de trabajo infantil.
“Durante dos años y cuatro meses les pedí a mis padres que me inscribieran en la escuela, pero dijeron que no tenían dinero. Por eso trabajo”. Aminata, 12 años, Malí
“Todas las mañanas me levantaba para limpiar la casa y luego tenía que ir a vender para ella. Esa era mi rutina diaria. Gracias a las clases de alfabetización aprendí a leer, escribir y contar. También aprendí que trabajar con niños menores de 15 años no es aceptable”. Fatoumata, 13 años, Malí
“Mi trabajo es realmente muy duro. No tengo tiempo para descansar. Trabajo todos los días desde las seis de la mañana hasta las ocho de la tarde y me pagan 19 euros al mes”. Assétou, 16 años, Malí
“Ya no iba a la escuela y mi futuro no estaba claro”. Mariette, 11 años, Benín
“Cuando entré en el curso acelerado del puerto pesquero cambié. Con los consejos del psicólogo y del profesor estoy más tranquilo”. Luc, 17 años, Benín
“Mis padres no estaban muy de acuerdo cuando mostré mi interés por entrar en la escuela, pero accedieron a mi deseo. Me pusieron la condición de convencer a mi empleador para que pudiera estudiar y seguir trabajando”. Ridhi, 13 años, Bangladesh
“Caminar de vuelta a casa por la noche a veces da miedo. Como el transporte está cerrado, pero el mercado está abierto, tengo que caminar casi una hora para llegar a mi casa todos los días”. Sumaya, 13 años, Bangladesh
“Puede que tenga que trabajar para ayudar a mi familia, pero sinceramente no quiero volver a trabajar. Sé que estudiar puede llevarnos a una situación mejor”. Shorif, 13 años, Bangladesh
“No me tomo ningún descanso durante mi trabajo. Intento trabajar muy rápido, pero cometo errores. Mi jefa me regaña, incluso me insulta y me siento muy mal. Pero no tengo opciones”. Liza, 12 años, Bangladesh
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