Encontrar oro en el norte de Burkina Faso es posible. Las
minas son una constante en el paisaje, como también los es ver a
niños y niñas trabajando en ellas. Los agujeros de acceso a la mina son pequeños, así que el cuerpo de un niño puede ser el idóneo para introducirse en él y sacar el máximo de mineral posible.
Trabajar en una mina puede ser unos de los trabajos más duros del mundo para un adulto, pero si además eres un niño, la cuenta sale a perder seguro: por la peligrosidad del lugar, por las condiciones de trabajo y sobre todo porque
pierden la oportunidad de ir a la escuela y ser lo que ellos decidan ser.
Aunque parezca mentira, muchos de los jóvenes trabajadores en las minas acuden por su propia voluntad. Es el caso de Nacanabo Karim, un joven burkinés de 18 años al que por suerte tuvimos la oportunidad de conocer y ayudar. Y así nos cuenta
cómo pasó de trabajar en una mina a ser mecánico y ganarse la vida haciendo lo que a él le gusta:
“Dejé la escuela en el segundo año de primaria para trabajar en una de las minas de oro. Me influenciaron mucho mis amigos que ya estaban allí. De hecho, vi que varios de ellos habían comprado motocicletas o bicicletas y las exhibían por mi pueblo. Así que pensé que no tenía nada que ganar quedándome en clase.
Mi vida en el pueblo no era fácil, no descansaba lo suficiente, siempre me pedían que trabajara además de ir a la escuela. Araba los campos con ayuda de un buey y no me gustaba en absoluto. Solo quería ganar más dinero, pero desconocía que la mina era un lugar aún peor para mí...
Al llegar, descubrí otro mundo, muy diferente al que había imaginado. Lo pasé realmente mal, además de que no gané mucho dinero como yo esperaba. No pude ahorrar. El trabajo era muy duro: debía meterme en el hoyo para cavar, y era un agujero muy profundo. Entrábamos unos veinte. El dueño de la mina era mi padre, él era el jefe. Él se quedaba con el oro y después nos daba nuestra parte.
Cuando estaba en el agujero recordaba mi vida en el pueblo, cuando veía a mis amigos con sus nuevas motos o bicis y yo me sentía muy triste por no tener nada, pero esa sensación no era nada comparado con lo que viví en la mina: ver las enormes y graves heridas de mis compañeros, las discusiones, e incluso vivir alguna muerte. Odiaba tener que bajar al pozo. Arriesgaba mi vida por nada.
Me sentía realmente desamparado, solo quería irme de ese lugar, pero por desgracia no podía volver a la escuela. Mi situación mejoró cuando me lesioné gravemente y tuve que abandonar la mina para regresar a la aldea.
Una vez en el pueblo, mi abuelo me puso en una lista para beneficiarme del proyecto de Educo. Los trabajadores de Educo vinieron a la aldea para hablar conmigo y pedirme mi opinión. Di mi opinión y me llevaron al centro para que me beneficiara de la formación. Cuando llegué al centro, se me dio la oportunidad de elegir el oficio en el que quería formarme, así que elegí la mecánica, porque me encanta este trabajo y descubrí que sería fácil para mí aprenderlo.
Hoy en día, gracias al proyecto, me he formado en mecánica y también me he beneficiado de consejos para animar a mis hermanos a abandonar las minas de oro. Trabajo en un taller de motos con mi jefe y puedo asegurar que es mil veces mejor que trabajar en las minas de oro.
Invito a Educo a continuar con el proyecto y a no detenerlo. Me gustaría que Educo sacara a más niños de las minas para formarlos como hicieron conmigo. También me gustaría que mis hermanos y hermanas pudieran beneficiarse del proyecto
”.
Este es uno de los proyectos que llevamos a cabo en Burkina Faso, en colaboración con la oenegé Christian Children's Fund of Canada (CCFC) y la Asociación Tabital Lobal. Gracias a él, pudimos
retirar a sesenta jóvenes de las minas y reintegrarlos formándolos en varios oficios como la sastrería, la carpintería o la mecánica.
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Lo más importante, lo imprescindible es conseguir decir NO al trabajo infantil en todas partes de mundo!