¿Recuerdas tu infancia? Es más que probable que gran parte de ella transcurriera jugando, en la calle, en la plaza o en la playa. Cuando nosotros éramos pequeños, y sobre todo en verano, el juego libre formaba parte natural de nuestras vidas. "Vuelve a las nueve que cenamos" era muchas veces la única consigna, tal vez un "no cruces la calle grande" o "cuidado con el perro de Pepi que ya sabes que tiene malas pulgas", si recuerdas, los veranos eran sinónimo de una libertad casi salvaje.
Preocuparse por los hijos es normal, pero no en exceso
Jugar en la calle en estos días es un lujo que no todos los niños pueden permitirse. Las ciudades no son nada
kids friendly, los peligros acechan por todas partes y, además, se sospecha que los padres vivimos mucho más neurotizados ahora que antes.
La seguridad de nuestros hijos ha pasado de ser una preocupación más a ser un enorme motivo de estrés constante. Y encima ahora viene la ciencia y nos dice que no lo estamos haciendo bien.
Los niños tienen que jugar solos
Un estudio realizado en EEUU y publicado en
International Journal of Environmental Research and Public Health asegura que
dejar a los hijos jugar solos e incluso correr ciertos riesgos (como dejarlos trepar a los árboles o explorar el vecindario) no sólo es bueno para su salud física, ya que los niños que disfrutan del juego libre son más activos físicamente,
sino que además mejora su desarrollo social.
La importancia del juego libre es algo ya totalmente aceptado por toda la comunidad científica. Los niños necesitan correr, ensuciarse, saltar en los charcos, explorar e, incluso, hacerse daño a veces. Comprobar los propios límites, descubrir el entorno y en definitiva relacionarse con otros niños y vivir sin la permanente supervisión de un adulto es, según los científicos, fundamental para el desarrollo humano.
Aprender por si mismos lo que es el peligro, superar retos, caerse y levantarse, son características propias del ser humano que han de aprenderse desde la infancia.
Aburrirse tampoco es malo
Incluso aburrirse a veces es bueno para la salud.
Dejar que la imaginación trabaje, moverse, correr y hasta discutir con otros niños es fundamental para aprender a vivir. La presencia constante de los padres puede retrasar la adquisición de habilidades para lidiar con lo desconocido, por ejemplo. Los niños muy sobreprotegidos pueden convertirse en niños ansiosos, demasiado dependientes y que dudan de sus capacidades para enfrentarse a cosas nuevas.
Los investigadores sugieren que los padres evaluemos nuestro comportamiento de vigilancia con respecto a nuestros hijos de forma crítica. Si bien es cierto que algunos niños necesitan algo de monitorización extra puesto que son niños que asumen excesivos riesgos, los científicos aseguran que el juego en grupos de iguales sin supervisión parental es beneficioso para todos los aspectos de la salud de nuestros hijos.
Quitarnos el miedo no es sencillo, las noticias de la tele no ayudan, las ciudades son cada vez más inhóspitas y los niños pasan cada vez menos tiempo jugando en libertad, pero merece la pena planteárselo.
Los niños han de ser niños.
Derechos de imágenes:
Guilherme Jofili,
David Pfeffer.
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