Rushna tiene
doce años y vive en
Cox´s Bazar, el campamento de refugiados más grande del mundo. Situado en la costa oeste de Bangladesh, acoge a cientos de miles de refugiados rohinyá que han huido de la violencia.
Rushna es la mediana de tres hermanas. Cuando se intensificó la violencia contra los rohinyá en Myanmar, los padres de Rushna tomaron la decisión de
abandonar su casa, situada en la aldea de Tumbru, en el estado de Rakhine, y tras una
peligrosa y agotadora travesía a pie consiguieron llegar a
Bangladesh.
La familia ha tenido que hacer esfuerzos para adaptarse a la nueva situación.
Echan de menos su aldea y su vida anterior. “En Myanmar podía salir a jugar, aquí no puedo, tengo que quedarme en casa”, lamenta Rushna.
El padre de Rushna está enfermo y
la familia carece de una fuente de ingresos; depende por completo de las
organizaciones de ayuda humanitaria. La
pandemia de COVID-19 hace crecer la incertidumbre y los temores de los refugiados del campamento.
“Mi familia depende de la ración de comida que nos proporciona el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas”, explica Rushna.
Desde que empezó la pandemia de COVID-19,
las raciones de alimentos como el arroz y las legumbres son más reducidas. La familia tiene dificultades para comprar comida y productos básicos.
Tener información para poder tomar decisiones
Rushna nos explica que aprendió qué era la COVID-19 en la escuela. “Un día, en la escuela escuché la noticia de que
había surgido una nueva enfermedad en el mundo y en cuestión de días
mi escuela tuvo que cerrar. De la noche a la mañana mi vida cambió ya que se impusieron restricciones”, recuerda. “Cerraron todas las escuelas y las Maktabs (escuelas de primaria en árabe)”.
Al no tener acceso a la televisión y a la radio, le inquietaba no poder estar informada. “Cuando supe que muchas personas tenían la enfermedad, me puse muy nerviosa”. Además, cuando en el campamento corrió la voz de que una persona había contraído la enfermedad, cundió el pánico.
Rushna forma parte del
Grupo de adolescentes de Educo Bangladesh: “Los voluntarios de Educo se reunieron con nosotros y nos hablaron de las medidas de prevención de la enfermedad, y qué podemos hacer para protegernos y proteger a nuestras familias”.
Ahora,
se lava las manos con frecuencia, ha aprendido la importancia de no tocarse los ojos, la nariz y la boca, no da la mano a los demás y mantiene una distancia física. “Me lavo las manos durante 20 segundos y todos tenemos que usar mascarilla cuando salimos; esto es lo que
Educo nos enseña en las sesiones del Grupo de adolescentes”, afirma.
“También nos han transmitido la importancia de quedarnos en casa cuando estamos enfermos, y de cubrirnos la boca y la nariz con el codo o con un pañuelo de papel al toser o estornudar”, señala.
Liderar un pequeño cambio da grandes resultados
Educo repartió kits de higiene y Rushna decidió que tenía que
compartir con sus hermanas y sus padres, así como con otros miembros de su comunidad, los consejos que había aprendido en el Grupo de adolescentes de Educo.
“Pensé que era necesario difundir estos mensajes. Una sola persona no puede hacerlo todo. Así que con la ayuda de dos amigos que también son miembros del Grupo de adolescentes, y con el
apoyo de los voluntarios de Educo, decidimos compartir la información con nuestras familias primero y con otros familiares más lejanos después”.
Su madre nos explica que Rushna comparte lo aprendido con toda la familia y que gracias a esta información y a los kits de higiene que ha distribuido
Educo,
ahora se sienten mucho más seguros.
Cuando se cumple el
tercer aniversario del éxodo masivo de la población rohinyá de Myanmar, los refugiados siguen lidiando con las consecuencias de esa crisis humanitaria. A Rushna le gustaría seguir estudiando para convertirse en maestra.
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