Criar a un hijo no viene con un manual, pero sí existen enfoques que pueden hacer que esta tarea sea más amorosa, respetuosa y efectiva. La parentalidad positiva o crianza en positivo es uno de ellos.
Una nueva manera de educar que se basa en el respeto mutuo, la empatía y la comunicación como pilares para construir una relación sana entre adultos y niños. En este artículo te contamos por qué es tan importante, cómo aplicarla y qué beneficios puede traer a toda la familia.
La parentalidad positiva es un enfoque educativo que promueve una crianza basada en el afecto, el respeto, la comunicación y la guía sin recurrir al castigo físico ni a la humillación.
Está respaldada por organismos como UNICEF y la Organización Mundial de la Salud (OMS), que han señalado su impacto positivo en el desarrollo infantil y la prevención de la violencia.
Lejos de ser una moda, la parentalidad positiva responde a una necesidad real: según UNICEF, en América Latina y el Caribe 2 de cada 3 niños sufren algún tipo de disciplina violenta en sus hogares. Frente a este panorama, promover una crianza respetuosa no solo es deseable, sino urgente.
Numerosos estudios han mostrado que los niños y niñas criados con este enfoque desarrollan mayores habilidades sociales, mejor autoestima y menor propensión a problemas de conducta. También aprenden a regular sus emociones de forma más saludable, lo que les permite relacionarse mejor con los demás y enfrentar los desafíos de la vida con más seguridad.
Cuando los adultos practican la escucha activa, el reconocimiento emocional y el respeto, los niños se sienten más seguros y valorados, y esto conlleva una serie de beneficios:
Mejora del vínculo afectivo entre padres e hijos: Fortalece el apego y genera un entorno emocional donde el niño se siente aceptado tal como es. Y eso tiene un efecto directo en su bienestar emocional.
Fomenta la autonomía y autoestima en los niños: Un entorno donde se validan las emociones, se fomenta la participación y se reconocen los logros personales, ayuda a que los niños confíen en sí mismos.
Reduce conductas problemáticas y conflictos familiares: Cuando los niños se sienten escuchados y respetados, tienden a cooperar más y a expresar sus emociones sin recurrir a la agresión. La parentalidad positiva no elimina todos los conflictos, pero sí cambia la forma en que se enfrentan: desde la comprensión, no desde el castigo.
Asimismo, la protección de la infancia es responsabilidad de todas las personas, no solo de las familias, por eso, a principios de año pusimos en marcha la campaña El Mejor Trato para reflexionar sobre cómo tratamos a la infancia y, sobre todo, para mejorar la participación de niños, niñas y adolescentes en la toma de decisiones en la escuela, donde es fundamental saberse respetado.
Y es que muchas veces, nos olvidamos de pedirles su opinión en temas que les afectan o no los tratamos lo bien que deberíamos en el día a día. Mira el video y pregúntate si te sientes identificado en alguna de estas situaciones cotidianas.
Este enfoque parte del conocimiento del niño como sujeto de derechos e implica observar sus necesidades, intereses y etapas de desarrollo, pero también protegerlo de cualquier forma de violencia y fomentar el diálogo como herramienta principal para educar. Estos sería los principios que la definen:
1. Conocer, proteger y dialogar: La base de una crianza respetuosa.
2. Demostrar afecto y apoyo emocional: Mostrar cariño, dar abrazos, reconocer emociones y estar disponibles para escuchar son acciones poderosas. El afecto no es un lujo ni un premio, es una necesidad básica que sostiene la salud emocional de los niños.
3. Establecer normas y límites claros con respeto: La parentalidad positiva no se trata de dejar que los niños hagan lo que quieran. Se trata de poner límites claros y coherentes, explicando los porqués y manteniendo una actitud firme pero amable. Esto les da estructura y seguridad.
4. Resolver los conflictos sin violencia: Los conflictos son inevitables, pero la forma de resolverlos marca la diferencia. En lugar de gritar o castigar, se puede optar por el diálogo, la reparación del daño, el tiempo de calma o las consecuencias lógicas. Esto enseña habilidades de resolución de problemas que los niños usarán toda la vida.
Dedicar tiempo exclusivo para compartir con tus hijos, sin pantallas ni distracciones.
Nombrar y validar las emociones: “Veo que estás frustrado, eso es normal”.
Involucrarlos en la toma de decisiones cuando sea posible.
Utilizar elogios específicos: en lugar de “¡Bien hecho!”, decir “Me gustó cómo compartiste tus juguetes”.
Evitar amenazas o castigos, y optar por consecuencias que enseñen.
Es cierto que aplicar este enfoque no es fácil, especialmente si crecimos con modelos autoritarios, porque nos salta el piloto automático. La paciencia, el autocuidado y el apoyo entre adultos son claves. Pero tienes que saber que si uno mismo no puede o no sabe también puede buscar ayuda o acompañamiento profesional o participar en espacios de formación sobre crianza respetuosa.
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