La violencia es un asunto que preocupa a la inmensa mayoría de padres. Cuando se refiere a nuestros hijos nos preocupa tanto que sean víctimas de abusos como que sean ellos los violentos. Protegerlos de la violencia es difícil en el mundo en el que vivimos, pero no hay duda de que como padres hemos de hacer lo que esté en nuestra mano para evitarles todos los episodios posibles. Y hay que empezar por el principio.
La violencia no debe confundirse con la agresividad. Según la OMS "la violencia es el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte".
El consenso científico afirma que la violencia no es una conducta innata del ser humano, sino que se aprende, principalmente durante la infancia, es decir, uno no nace violento, sino que aprende a comportarse de forma violenta o a resolver los conflictos con violencia en lugar de con asertividad, a pesar de que existan características personales propias que puedan afectar a su desarrollo, así como características del entorno que disparen los comportamientos violentos. Esto significa que en un entorno violento o estresante las personas que hayan aprendido a resolver dificultades desde la violencia tienen más posibilidades de responder violentamente. O al contrario, de ser sumisos, es decir, no saber responder.
Los gritos suelen ser una muestra de agresividad clara. La gente enfadada puede expresar la ira gritando, con intención de amedrentar al objeto de su enfado. Los gritos por sí mismos constituyen una muestra de amenaza, sobre todo para personas vulnerables como los niños, no hay que olvidar que nuestros hijos dependen para todo de nosotros.
Al gritar, generalmente además cosas no muy bonitas, provocamos en el otro una reacción de alarma, que se traduce en estrés. Todos los animales poseen mecanismos que les ayudan a gestionar este tipo de estrés, con respuestas típicas que pueden ser huir, atacar o incluso quedarse paralizados.
Cuando gritamos a nuestros hijos hacemos que esos mecanismos se disparen. Al hacerlo de forma frecuente las respuestas adaptativas quedarán grabadas en su cerebro para siempre, o sea, aprenderán a gritar. O a aceptar como normal que los griten. Y eso harán ellos cuando se enfaden, se sientan amenazados o simplemente se pongan nerviosos.
La violencia es un círculo vicioso del que es muy difícil salir completamente. Las familias son el primer entorno de socialización de los niños. Criar a nuestros hijos sin gritos ni amenazas les enseñará una forma de relacionarse no violenta, protegiéndoles después. Primero porque ellos mismos no gritarán a otros provocando respuestas más o menos agresivas contra ellos. Pero sobre todo porque no habrán normalizado una forma violenta de relación. Al menos no la habrán normalizado desde casa.
Los hijos aprenden con el ejemplo. Si no queremos que griten, pero tampoco que se dejen gritar, lo mejor es que no les gritemos nosotros.
Derechos de fotografía: _gee_, eVo photo
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