Cuando la vida te empuja a vivir en un campo de refugiados pierdes muchas cosas. La principal, tu hogar, tu país y muchas veces tu familia. Pero también la sensación de sentirse a salvo, seguro. ¿Cuántas veces despertamos con la noticia de que ha habido un incendio o una inundación en uno de estos campamentos que deben ser un hogar temporal, pero por desgracia acaban siendo el habitual?
Cox’s Bazar es uno de esos lugares: el campo de refugiados más grande del mundo, y está en Bangladesh. Un campamento en el que, como en muchos otros, las condiciones de vida no son las adecuadas ni las que querríamos para nosotros, y mucho menos para nuestros hijos.
A la pésima calidad de vida hay que sumarle los constantes incendios que sufren debido a la deforestación de los bosques, el tipo de material con el que están hechos los refugios y la alta densidad de población. Además, se producen frecuentes catástrofes naturales como ciclones o desprendimientos de tierra.
Minara hoy tiene 18 años, pero llegó al campamento cuando tenía solo 11 con su madre y sus tres hermanos, ya que su padre murió antes de que ella naciera, tras un largo viaje de cuatro días huyendo de su país natal, Birmania, donde sus vidas corrían peligro por el solo hecho de pertenecer a la etnia de los rohinyás.
Cuando llegaron dormían hacinados los cuatro juntos en una tienda de campaña y sobrevivían comiendo alimentos secos. Más tarde pudieron trasladarse al campo número 17, donde llevamos a cabo varios proyectos para hacer la vida más fácil a todas estas familias, y en especial, a los niños, niñas y jóvenes.
Un día, Minara se enteró de que nuestra ONG estaba formando un grupo de personas, un comité, que se encargara de gestionar los desastres y los efectos del cambio climático en el campamento y decidió inscribirse. “He aprendido a apagar el fuego utilizando un extintor, pero también con arena, agua o piedras. Nos enseñan a mantener la calma y a hacer frente a las catástrofes.
La zona en la que vivimos es propensa a los ciclones, pero los habitantes de nuestra comunidad no son conscientes de que nos enfrentamos a constantes peligros y, además, cuando pasan, no saben cómo responder, qué hacer ni cómo protegerse. En el comité adquirí conocimientos sobre cómo prepararme antes, durante y después de la catástrofe, y a evaluar riesgos de la comunidad”, nos cuenta Minara y añade: “El año pasado estuve el simulacro organizado por Educo que aglutinó a muchísima gente del campamento y nos ayudó a entender estas cuestiones de forma más práctica".
Gracias a este tipo de proyectos protegemos y damos respuesta humanitaria ante catástrofes tanto en el campamento como en las comunidades adyacentes de acogida.
“Ahora estamos haciendo una lista de las casas más vulnerables a las catástrofes, incluido el número de mujeres y niños discapacitados. También explico a otras mujeres de nuestra comunidad que no son miembros del comité cómo pueden garantizar su propia seguridad, ya que las mujeres y los niños corren más peligro", añade Minara.
Minara nos explica que hay muchas familias en las que no hay ningún varón y en estos casos las niñas no quieren pedir ayuda a ningún hombre de la comunidad debido a razones religiosas y sociales. “Es en estos casos en los que acuden a mí o a otras mujeres del comité. Quiero trabajar como bombera de nuestra comunidad y ayudar como lo haría un chico”.
Bangladesh , Cox's Bazar , educación , educación en emergencia , Pobreza , refugiados
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