La historia se repite en todos los hogares. El niño viendo la tele, en un supuesto canal infantil y de repente ¡zas! una escena violenta, un anuncio que produce pavor, un mensaje que fomenta estereotipos...El control de los contenidos destinados al público infantil sigue siendo tema de debate habitual en las familias y ahora también en las redes.
Durante el pasado mes de julio todos los medios de comunicación se hacían eco de una petición difundida por la plataforma Change.org - especializada en peticiones populares con recogida de firmas online - que convenció a casi 35.000 personas. En la petición
se solicitaba la retirada de un libro infantil, destinado a un público de entre 9 y 12 años, con el argumento de que fomentaba comportamientos sexistas como la normalización de los celos, la necesidad de conseguir un novio a los 12 años y otro tipo de comportamientos como el acoso escolar.
No hay duda alguna de que los creadores tienen derecho a expresarse libremente - dentro de los límites que marca la ley - y que la libertad de expresión es fundamental en una sociedad avanzada. Sin embargo, el debate no debería centrarse sólo en este punto, que no tiene discusión.
El debate está servido
Los padres en muchas ocasiones nos encontramos ante contenidos que consideramos inadecuados y que están destinados a un público infantil, en etapas críticas en el desarrollo del habilidades como el pensamiento crítico, o en plena adquisición de valores morales que les acompañarán toda la vida. La ética se construye durante la infancia y los padres, aunque tenemos un gran peso en el desarrollo de la personalidad de nuestros hijos, no somos el único factor de socialización.
Durante los últimos años diversos estudios han tratado de encontrar una relación entre la violencia de los videojuegos y el desarrollo de personalidades violentas, sin llegar casi nunca a resultados concluyentes: el ser humano es complejo y encontrar relaciones de causalidad entre dos sucesos casi siempre es imposible. El debate sobre los videojuegos se zanjó hace años obligando a las distribuidoras a señalar en las carátulas si el juego contenía escenas violentas, lenguaje inadecuado, etc, así como la clasificación por edad.
Controlar los contenidos televisivos que consumen nuestros hijos es, en cierto sentido, sencillo. Basta con sentarse a ver la tele con ellos e ir comentando "la jugada", un contenido que nos parezca inapropiado se puede invalidar incluso casi mejor si genera una conversación en torno a él que si el niño nunca lo ha presenciado debido a nuestros filtros.
Los contenidos literarios son, sin embargo, más difíciles de controlar. La lectura requiere mucho más tiempo - del que los padres rara vez disponemos - las historias que leen nuestros hijos no nos gustan, porque son para niños y el filtrado es mucho más difícil. Hazte a la idea: a lo largo de la vida de tus hijos van a estar expuestos a multitud de cosas que no te gustan y sobre las que no tienes ningún control. Y alguno de esos contenidos calará en su forma de ver la vida.
Hablar con los niños sobre lo que escuchan en la radio, lo que ven en la tele, lo que comentan con sus amigos y lo que leen y en general sobre lo que hacen es, como siempre, la mejor herramienta de la que disponemos los padres para prevenir todo tipo de cosas. La conversación es fundamental en la educación de nuestros hijos. Sin embargo, tal vez estaría bien que las empresas que publican o difunden contenidos para niños tuvieran cierto control sobre dichos contenidos. Dicho de otra forma ¿deberían las editoriales revisar los contenidos que publican destinados a un target menor de edad? Ahí queda el debate.
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