Simón cargaba sobre su pequeña espalda de tan solo 11 años una responsabilidad demasiado grande para un niño: costear la supervivencia de su familia, que solo está formada por su madre y él, ya que su padre murió cuando él tan solo tenía 6 años por no poder costearse el tratamiento de su enfermedad.
“Como mi padre murió porque no tenía medicamentos, quiero ser médico para poder atender gratuitamente a los pobres", nos cuenta Simón, que creyó desde muy pequeño que la escuela era un lujo que él no podía permitirse porque tenía que trabajar y ayudar a su madre. Los dos trabajaban procesando pescado seco en Bangladesh.
Simón no es el único niño allí, ya que, según la Encuesta Nacional sobre Trabajo Infantil de 2013 del país, la mayoría de los niños de entre 5 a 17 años trabajan en el sector del procesamiento de pescado seco en el distrito de Cox's Bazar. Por lo tanto, no pueden recibir ningún tipo de educación.
Es por este motivo por el que trabajamos en esta zona de Bangladesh para enviar a los niños y niñas de vuelta a la escuela, el lugar de donde no deberían salir nunca, y menos para ir a trabajar. Junto con la ONG local POPI, gestionamos una serie de escuelas que se adaptan a las circunstancias personales de los más pequeños y en las que, a través de los profesores, hacemos un seguimiento de los alumnos tanto dentro como fuera de la escuela, incluso acudimos a los hogares de los pequeños cuando detectamos algún problema o hay una falta de asistencia continuada para determinar cuál es la causa.
Así, queremos reducir al máximo el trabajo infantil, especialmente el que pone en peligro la integridad física de los más pequeños, en las zonas costeras de Bangladesh. Y también trabajamos para erradicar el problema de raíz, cambiando la mentalidad tradicional de la población a través de una campaña masiva de concienciación a nivel familiar, comunitario y social mediante la elaboración y difusión de materiales de concienciación adaptados. Además, organizamos diferentes actos de sensibilización a nivel local y nacional.
“Cuando veía a chicos como yo yendo a la escuela, solía decirle a mi madre que yo también quería. Ella me decía que no podía pagarme el coste de mi educación y yo me enfadaba, pero luego pensaba que no tenía a nadie más que a mí para subsistir, y entonces se me pasaba”, nos explica el pequeño.
Hasta que llegamos a él a través de su madre, que conoció de la existencia de nuestras escuelas por lo que había escuchado en el vecindario, y quiso apuntar a su hijo, ya que el coste es gratuito. Simón empezó en primer curso, y hoy ya está en tercero sin faltar ni un solo día a clase.
"Me gusta mucho estudiar en la escuela. Antes odiaba mi trabajo, pero sabía que tenía que ayudar a mi madre. Ahora aprendo muchas cosas y también tengo tiempo para jugar con mis amigos. Estoy muy contento”.
La educación cura. Su sonrisa no miente.
Bangladesh , derecho a la educación , educación , protección , Trabajo infantil
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