Muchas veces nos quejamos del recorte de libertades que estamos sufriendo para frenar el avance del coronavirus. Pero mientras para muchas personas la pandemia de la COVID-19 significa encerrarse en casa, cumplir una cuarenta y limitar la socialización, para muchos niños y jóvenes de otros lugares del mundo significa tener que salir forzosamente a trabajar para sobrevivir.
Es el caso de Julia. Cuando Guatemala registraba el mayor número de contagios, la joven tenía que salir cada día a trabajar, ya que su madre perdió su empleo como consecuencia de los efectos de la pandemia. Ella misma nos cuenta cómo vivieron los meses más duros: “Nos afectó bastante la pandemia y a otras familias también. No teníamos cómo pagar la comida, el agua y la luz. No teníamos los alimentos básicos, había que ajustarse a la hora de comer”.
Para intentar paliar esta durísima situación, Julia se puso a trabajar a media jornada desde marzo a julio en un restaurante como camarera. Por suerte, en su caso, sus jefes fueron flexibles y la dejaron tomarse descansos para hacer sus deberes. Estudia bachillerato y está a un año de graduarse para poder ir a la universidad. Desde hace 4 años recibe una beca ella de Educo lo que le ha permitido poder seguir con su educación, pese a difícil situación económica de su madre.
La pandemia cambió por completo la rutina de Julia, además de que tuvo que trabajar un tiempo, la escuela a distancia fue un reto al vivir en una zona rural sin un acceso estable a Internet y sin contar con un ordenador para hacer sus trabajos escolares. “Contacto con mis maestros por WhatsApp. No es fácil, en especial cuando uno tiene dudas sobre los materiales que nos manda o las tareas. A veces los maestros no nos contestan cuando les preguntamos...no es igual, esta situación es bien cansada y cuando trabajaba peor”, nos cuenta la joven.
Las poblaciones rurales y en extrema pobreza de Guatemala, como muchas más de otros países, están viviendo con más crudeza las consecuencias de la pandemia. La crisis ha provocado que muchos niños, niñas y adolescentes interrumpieran sus estudios para ayudar en las tareas de la casa o trabajar para ayudar económicamente a sus familias.
Sin embargo Julia, pese a la presión social, no dejó sus estudios. “Mi mamá siempre me ha apoyado, pero los demás familiares le decían ‘si vos no tienes dinero déjala ahí, el estudio no es importante’. Estos meses con esas críticas ha costado, ha habido mucha gente hablando, pero no me ha pasado lo de otros amigos que ya no están en la escuela”.
El restaurante donde Julia trabajaba también cerró por la crisis, y la joven no pudo seguir trabajando. Ni ella ni su madre tenían empleo, pero nunca ha desistido de estudiar. La beca para ella ha sido su salvación. “En mi comunidad no apoyan a los jóvenes para que sigan estudiando, pero tampoco los apoyan para que se salgan a la de la delincuencia. En vez de que apoyen a las personas para que cumplan sus metas los bajan moralmente; mi mamá y yo resistimos a esos cometarios. Si encuentro otro empleo lo tomaría, pero en ningún momento dejaré mis estudios, mi meta es ser enfermera y lo voy a cumplir”, sentencia Julia.
Este es un claro ejemplo de superación. Julia solo necesitaba una oportunidad, y la beca lo fue. Tú puedes ser esa oportunidad para muchos niños, niñas y jóvenes en extrema pobreza. ¿Quieres cumplir el sueño de otros jóvenes? Clica aquí y hazlo realidad.
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