Fahim Sheikh (10 años) pasa la mayor parte del día desguazando objetos metálicos a cambio de unos seis euros al mes en un pequeño y sucio taller de
Dhaka, la capital de
Bangladesh. Trabaja para ayudar a su familia a tirar adelante. En un entorno marcado por las dificultades, este curso ha empezado a ir a la
escuela de Educo, un espacio donde por unas horas puede volver a ser y sentirse como el niño que en realidad es.
A pesar de su edad, el caso de Fahim no es único. En Bangladesh, se calcula que cerca de ocho millones de niños –a falta del último estudio oficial del gobierno, que puede elevar la cifra todavía más–, trabajan para poder ayudar a sus familias. De ellos, 1,3 millones lo hacen en trabajos considerados peligrosos para su salud o integridad física. A pesar de que la ley prohíbe trabajar hasta los 14 años (o hasta los 18 en caso de trabajos peligrosos), muchas familias lo ven como la única solución para poder ganar algo de dinero y muchos patronos lo consideran mano de obra barata. Sin contratos ni derechos laborales, estos pequeños están expuestos a
todo tipo de abusos y explotación en jornadas laborables maratonianas, condiciones insalubres y sueldos miserables.
La mayoría no van a la escuela. El gobierno no tiene programas para brindarles educación y, en su lugar, algunas
ONG como Educo proporcionan una enseñanza formal a estos niños para que se formen y puedan escapar del entorno de pobreza en que viven. La estrategia pasa por hablar con las familias para convencerlas de la importancia de que sus hijos estudien, y con los patronos para pactar unas mejores condiciones laborales y que dejen unas horas libres al pequeño para que pueda ir a la escuela.
Alumnos de la escuela de Educo en Shampur, uno de los slums de la periferia de la capital bangladesí
La escuela, situada en el segundo piso de un edificio, acoge a 250 niños en dos turnos
El sueño de ser ingeniero
Fahim asiste cada día, de 9 a 12 h, al colegio que Educo tiene en su barrio,
Shampur, uno de los
slums de la periferia de Dhaka que concentra un gran número de pequeños negocios. La escuela está situada en un piso de un viejo edificio y acoge a a 250 estudiantes, en dos turnos: de 9 a 12 h y de 12 a 15:30 h. Algunos de ellos son niños trabajadores como Fahim. En el centro aprenden, pintan, juegan, cantan, se divierten y se relacionan con otros niños. La formación que reciben les servirá para
mejorar sus oportunidades de futuro. De entrada, aprender los números les ayuda a llevar unas finanzas básicas y evitar que les engañen pagándoles sueldos más bajos de lo acordado.
Después del mediodía, Fahim acude al taller de chatarra donde trabaja hasta las 20 h. Allí, con una sierra radial y sin ningún tipo de protección, desmonta piezas o va retirando el herrumbre de viejas estructuras metálicas. Solo tiene libre el viernes por la tarde, unas pocas horas que le gusta dedicar a jugar a fútbol o críquet con sus amigos.
Fahim trabaja ocho horas diarias en la chatarrería; solo tiene libres los viernes por la tarde
Su familia es pobre. Vive en una humilde construcción de chapa y caña, con el suelo de madera, de una sola pieza, en la que apenas caben una cama doble, un sencillo mueble, un fogón y algunas estanterías de las que cuelgan ropa y utensilios de cocina. Debajo de la chabola, alzada del suelo por unas vigas de bambú, se amontonan la basura y los desperdicios.
Fahim, con sus padres, delante de su chabola
Su padre se gana la vida transportando mercancías en un
rickshaw (una especie de bicicleta que arrastra una pequeña plataforma para cargar objetos). Su madre no trabaja. Los 4.000 takas al mes que gana el padre (menos de 50 €) son insuficientes para cubrir los gastos familiares, así que no dudaron en poner a su hijo a trabajar. Aparte de contribuir a la economía doméstica, consideran que también es una manera para que el niño se forme en un oficio que a la larga le puede ser útil.
Pero
Fahim tiene otros sueños. El quiere estudiar para ser algo en el futuro. Le gustaría ser ingeniero. El primer paso lo está dando en la escuela de Educo, donde empezó a asistir a clase en enero. Hasta entonces nunca había ido al colegio. "Me gusta mucho aprender", asegura.
Shampur es uno de los barrios más marginales de Dhaka
(
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