En el departamento boliviano de Tarija,
miles de adolescentes y jóvenes jamás han ido a la escuela o han tenido que abandonar las aulas para trabajar en el campo. Ahora, gracias al apoyo de
Educo y al trabajo de la ONG local
CETHA,
pueden acceder a una educación que les permitirá escapar del círculo de pobreza en que viven y contribuir al desarrollo de su comunidad.
CETHA, acrónimo de Centro de Educación Técnica, Humanística y Agropecuaria, es una organización boliviana creada para ayudar a campesinos con escasos recursos a tener una formación y capacitación que les permita mejorar sus condiciones de vida. En sus veinte años de existencia, ha consolidado un
modelo de educación alternativa que ha recibido el aval del gobierno boliviano por su carácter innovador y por contribuir a la transformación de las comunidades donde está implantado.
Educo ha venido apoyando esta labor, que ha beneficiado a miles de jóvenes y de familias campesinas y, de manera indirecta,
ha mejorado las condiciones de vida de la población infantil, que normalmente es uno de los colectivos más afectados por la pobreza y la falta de oportunidades.
En el municipio de
Padcaya, una zona rural situada cerca de la frontera con Argentina, CETHA cuenta con el centro de
Emborozú, un espacio que combina la enseñanza “clásica” (es decir, las asignaturas que forman parte del currículo de primaria, secundaria y bachillerato como matemáticas, ciencias naturales, gramática, sociales o incluso informática) con una formación técnica enfocada a la realidad y las oportunidades laborales de la zona: agricultura, ganadería, horticultura, fruticultura, mecánica, panadería, apicultura, carpintería, electricidad, soldadura…
Un joven aprende carpintería en un taller en el centro CETHA-Emborozú
Todos aprenden y trabajan por el bien de los demás
Durante los tres cursos en que dura el proceso de formación, y que finaliza con el título de bachiller o técnico superior, los jóvenes viven en el centro doce días al mes, donde además de estudiar y formarse, realizan conjuntamente actividades cotidianas como la limpieza de espacios comunes, cocinar o servir las comidas. Durante los cuatro días siguientes, junto con sus profesores,
recorren las comunidades dispersas de la región para transmitir los conocimientos adquiridos a otros campesinos que, como ellos, tampoco pudieron asistir en su día a la escuela. De esta manera, el verdadero interés del modelo no es tanto formar a un determinado número de alumnos (1.000 jóvenes estudian cada año en Emborozú) sino que estos conocimientos luego se divulgan entre todos los habitantes de la zona.
Este modelo de “educación comunitaria”, donde todos aprenden y trabajan por el bien de los demás, facilita a los jóvenes adquirir unos conocimientos que antes no tenían para poder emprender y establecerse por su cuenta y beneficia al conjunto de la población, fortaleciendo el tejido productivo local. En este sentido,
el proyecto alienta la creación de asociaciones gremiales y apoya la creación de cooperativas o microindustrias, como es el caso de la planta de producción de cítricos (una de las riquezas de la región) creada en Emborozú o los proyectos de producción de fresas y mermeladas en la vecina localidad de Charaja.
Además, todo
el proceso educativo incorpora valores como la equidad de género, los derechos humanos, la sostenibilidad o la interculturalidad. De esta manera, ayuda a romper estereotipos tradicionales sobre el desigual rol en la sociedad de hombres y mujeres, fomenta una agricultura ecológica -tanto en la fase de producción de alimentos, como en la de comercialización y consumo-, y recupera saberes ancestrales especialmente en todo aquello que se refiere a la actividad agropecuaria.
Los estudiantes reciben una formación técnica en agricultura, entre otras materias
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