Hoy tenemos el placer de conversar con Simón Menéndez, representante de Ashoka, una organización global que impulsa el cambio social a través del emprendimiento y la innovación y que acaba de publicar el libro Una educación que transforma, en el que nuestra ONG ha colaborado.
Con él hablamos sobre cómo la educación no solo transmite conocimientos, sino que puede desarrollar en los niños, niñas y adolescentes las habilidades para que puedan transformar su entorno. El autor lo descubrió de primera mano durante su infancia, donde aprendió el poder de los espacios compartidos de experiencias. Porque cuando una persona siente el apoyo y la colaboración de un grupo, es capaz de desarrollar todo su potencial.
Vivimos en un mundo de divisiones, complejo, incierto, de crisis interconectadas. Primero, una crisis personal, con un aumento preocupante de problemas de salud mental. Segundo, una crisis social marcada por la creciente polarización y desigualdad. Y tercero, a nivel ecológico se manifiesta con una desestabilización climática y la destrucción de ecosistemas. En el fondo, todas estas crisis surgen de una misma raíz: una mentalidad basada en la separación y el dominio.
Lo que la educación transformadora propone es afrontar esta situación construyendo un mundo donde todas las personas puedan ser agentes de cambio para que el poder y la capacidad de transformación no esté en manos de unos pocos. Un mundo donde cada persona tiene voz y poder real para influir en su entorno y acceso a los recursos que necesitan para prosperar. Una realidad basada en el respeto mutuo y en el cuidado del planeta.
Porque estamos atrapados en una espiral de fragmentación social. Por un lado, crece el individualismo extremo, y por otro, nos encerramos en identidades grupales que nos dividen. Pero lo más preocupante es la creciente brecha de habilidades: hay personas que están adquiriendo las capacidades necesarias para enfrentar este siglo de cambios constantes, mientras otras se están quedando atrás por falta de oportunidades.
Necesitamos aprender a convivir de una manera diferente, basada en la empatía y la cooperación. Es fundamental que desde la infancia nos reconozcamos como personas capaces de transformar nuestro entorno. No se trata solo de quejarnos de los problemas, sino de ser capaces de resolverlos o de imaginar y crear otras realidades.
Sí, no queremos que los niños, niñas y jóvenes simplemente aprendan a adaptarse y a sobrevivir en este mundo en crisis, sino que florezcan como verdaderos agentes de cambio en su territorio. No se trata solo de transformar la escuela o el contexto educativo, sino que aspira a crear el tipo de cultura que queremos ver en toda la sociedad. La escuela se convierte así en un laboratorio vivo con impacto fuera de ella donde practicamos la sociedad que queremos construir.
Crecí en un contexto muy privilegiado desde el punto de vista del aprendizaje y el impacto. Mis padres son pastores protestantes y me crie en una iglesia comprometida con la transformación social durante la crisis de los años 80 y 90. Estaba rodeado de personas que habían estado en prisión o luchaban contra adicciones. Lo extraordinario era ver cómo, con el acompañamiento y el contexto adecuado, estas personas no solo transformaban sus propias vidas, sino que se convertían en líderes de su comunidad.
"La noción de éxito cambiará: ya no se tratará de conseguir el primer puesto en la clase, sino de cómo servir a los intereses de todos los habitantes del planeta, usando la tecnología o sin usarla".
Su premisa básica es: no basta con aprender a adaptarse al mundo, hay que aprender a transformarlo. Desarrollar en las personas las competencias necesarias para ser agentes de cambio como la empatía activa, el trabajo en equipo, el liderazgo compartido o la resolución creativa de problemas. Y la visión es clara: cualquier persona puede transformar el mundo.
A través de un proceso que podríamos resumir como "aprender transformando, transformar aprendiendo". Se trata de generar aprendizaje mediante la práctica con impacto real en la comunidad. Una pedagogía enfocada en la acción y la participación. Y para ello, es fundamental no solo situar al aprendiz en el centro del proceso, sino situar también a la comunidad local y global en el centro del aprendizaje.
Vamos aprendiendo de los puntos de vista y patrones de escuelas, redes, organizaciones y referentes de todo el mundo que llevan décadas generando cambios a través de la educación de maneras diferentes. De estas experiencias hemos identificado seis rutas diferentes para iniciar la transformación. Son caminos que se entrelazan y se refuerzan mutuamente. Es un sistema vivo que sigue evolucionando con nuevas preguntas y descubrimientos.
Una experiencia práctica que me encanta es el CEIP Juan Pablo I de Valderurubiio, Granada. En la entrada del colegio se puede ver un cartel que dice: "Estás entrando en zona de transformación. Desde aquí estamos trabajando para cambiar el mundo". Su proyecto, ComUNA, funciona como un puente entre la escuela y la comunidad, transformando los desafíos locales en oportunidades de aprendizaje y acción. Esto surgió ante la desconexión entre la educación formal y las necesidades reales de la comunidad, así como la falta de participación de los jóvenes en la toma de decisiones comunitarias. Ahora incluso el currículum trimestral se decide en un diálogo entre estudiantes, docentes y personas de la comunidad.
Un ejemplo concreto que nació de este proceso fue el desafío de transformar la localidad en una comunidad que cuida la salud mental a través de un proyecto de ciencia ciudadana en colaboración con Ayuntamiento, Universidad, centros de día y otros actores clave. Se abordó la salud mental desde diversas perspectivas, involucrando al alumnado en un proceso de aprendizaje profundo y significativo. El proyecto se extendió durante varios cursos escolares, demostrando cómo un desafío comunitario puede transformarse en una experiencia educativa integral y duradera.
Gracias a la tecnología se abren posibilidades en las que el aprendizaje será más fluido, desarrollándose en el mundo real, seguramente guiados por preguntas como "¿Cómo puedo servir a los intereses de todos los habitantes del planeta, incluidas las demás especies?". Desde la educación primaria hasta la universidad y más allá, las personas resolverán problemas reales mientras aprenden. La noción de éxito cambiará: ya no se tratará de conseguir el primer puesto en la clase, sino de cómo servir a los intereses de todos los habitantes del planeta, usando la tecnología o sin usarla.
Si como educadores invertimos en nuestro propio crecimiento como agentes de cambio, estaremos en mejor posición para acompañar y asesorar a otros agentes de cambio. Tomarnos unos minutos para reflexionar sobre nuestro propio viaje como agente de cambio es esencial. Propondría estas preguntas:
Para impulsar los cambios que necesitamos, pocas figuras están mejor posicionadas que quienes educan, ya sea en escuelas, asociaciones o familias.
¡Muchas gracias, Simón!
Desde nuestra ONG Educo somos testigos cada día de la capacidad de cambio que ejercen niñas, niños y jóvenes. Eso es, por ejemplo, lo que permitió a Sraboni detener el matrimonio que sus padres ya habían concertado y, con ello, que este tipo de decisiones vayan permeando en el club de niñas, niños y adolescentes creado por Educo en Bangladesh para que las normas sociales vayan cambiando progresivamente.
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