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¿Te faltan capacidades para escuchar activamente a los niños y niñas?

¿Te faltan capacidades para escuchar activamente a los niños y niñas?

febrero 09, 2022
En ocasiones, las personas adultas tendemos a pensar que los niños, niñas y adolescentes son seres incapaces de desarrollarse óptimamente en sociedad. Que necesitan constantes directrices y patrones firmes para que sus jóvenes vidas se encaucen. Tendemos a creer que sus opiniones cuentan menos, que no están preparados para decidir por ellos y ellas mismos, que no están maduros para escoger correctamente. Y es cierto que normalmente sabemos qué es bueno para ellos, porque ya hemos estado en ese otro lado, pero ser arrogantes o taxativos puede salirnos caro. Porque es cierto que los más jóvenes necesitan referentes, personas cercanas que los acompañen, los animen y aconsejen. Pero no lo es, en absoluto, que no estén preparados para tomar sus propias decisiones o desarrollar su argumentario. Lo están, pero ¿quién hay al otro lado? Es aquí donde conviene situarse. En el momento exacto en el que las decisiones de los niños y niñas parecen torcerse, cuando sus actos no logran convencer a los adultos de su alrededor. ¿Qué sucede? Porque entonces ahí sí nos quejamos y quizá ponemos el grito en el cielo ante determinados comportamientos. Sucede, realmente, que hemos llegado tarde. Que hemos estado sin estar, sin acompañar, sin escuchar activamente. Sucede que ese comportamiento tal vez sea resultado de no haberse sabido escuchado. Aceptémoslo, decíamos al principio que creemos muchas veces que adolescentes, niños y niñas carecen de capacidades para desarrollarse por sí mismos, pero y nosotras ¿acaso a las personas adultas no nos faltan capacidades óptimas para la escucha?
 
La escucha activa se entrena y todas y todos podemos ponerla en práctica. Basta con querer hacer de la persona que nos habla el foco principal de nuestra atención. Eso sí, para lograrlo, se necesita disponibilidad y predisposición para escucharla.
 
Seguro que reconoces momentos en los que, tras conversar con alguien, al final del día recuerdas poco de todo lo que te dijo. Es posible que tus cinco sentidos no estuvieran entonces puestos en tu interlocutor y que estuvieses más pendiente de otros estímulos que te rodeaban.
 
Sucede, a veces, que el ritmo vital es frenético y parece que rodásemos de un lado a otro, empujados sin descanso para pasar por unas y otros, sin apenas involucrarnos. El ritmo de la vida, nos decimos. Pero hemos de saber diferenciar: en ocasiones ese vaivén multitarea que nos atrapa, esa rueda de hámster que nos aprisiona puede sobrellevarse sin mayores consecuencias. Otras, sin embargo, puede influir profundamente en el desarrollo de la persona que trata de comunicarse con nosotros. No digamos aún, en el caso de los niños y niñas con los que convivimos y nos sienten como un referente. Si se sienten escuchados y comprendidas mejorará su autoestima y su autorreconocimiento. Por ello, es importante hacerles sentir que sus opiniones cuentan y que tienen el mismo peso que las de cualquier otra persona. Si realmente nos importa que nuestros hijos e hijas se desarrollen sabiéndose aptos y dueños de su vida, comencemos por cambiar esas posibles dinámicas de pseudoescucha que a veces practicamos. Comencemos por practicar la escucha activa.

Crecer en un ambiente seguro

Un espacio de protección solo será aquél en el que sus habitantes practiquen entre ellos la escucha activa. Imagina por un momento sentirte abrumado por las circunstancias y no contar aún con las herramientas idóneas que exigen las distintas trayectorias vitales. Imagínate de niña, o adolescente, soportando una problemática que te envuelve y sobrepasa y que no puede salir de ti ni siquiera en forma de palabras porque no hay nadie al otro lado que las reciba. Que las comprenda. Que las apacigüe y te devuelva un diálogo que no solo te recoloque, sino que aquiete tu malestar y pueda transformarlo.
 
Ahora imagina la misma situación, pero con un interlocutor frente a ti que te dedique el tiempo necesario para vaciarte y compartir tu inquietud. O también tu alegría porque los momentos alegres a veces exigen un feedback, una enhorabuena o una sonrisa, ya que si no se comparten corren el riesgo de convertirse en tristeza. A lo que vamos: sitúate descargando todo aquello que te pesa en un hombro amigo; en tu padre o tu madre, en tu profesor, y sintiéndote más liviana a medida que la carga sale por tu boca. Porque sucede, tal cual, y por eso cuando soltamos nuestras penas decimos “descargarse”. ¿Distinto no? Muchos de los problemas actuales con la infancia y adolescencia podrían acotarse si la escucha activa fuera una realidad en todos los hogares…

Buscando el bienestar

Para practicar la escucha activa, no solo es necesario abrir bien las orejas, que por supuesto, también es necesario centrarse en todos los detalles: hemos de hacer ver a nuestro interlocutor que estamos ahí, justamente ahí, porque él o ella es realmente importante, porque merece toda nuestra atención. Nuestra entera disponibilidad y predisposición ha de meterse de lleno en el sentir de quien tienes delante. Ha de notarlo. Sabrás que sucede si observas que se siente importante y tenido en cuenta. Lo lograremos haciéndole saber que deseamos saber qué le pasa, qué piensa, cómo se siente y cómo podemos actuar para cumplir sus expectativas.
 
El respeto es fundamental. Hay que olvidarse de los cuestionamientos sobre su edad, su género, su procedencia. Y el afecto es imprescindible: el arte de escuchar es un acto de amor, cariño y ternura. Todo esto es pura actitud, y si nos volcamos en ello, tenemos mucho camino recorrido. Sin embargo, es importante también entrenar las aptitudes. Es decir, aprender a comunicarnos mejor con niñas, niños y adolescentes para favorecer el diálogo, la confianza, la participación e implicación de los chicos y chicas sin que nos influyan las prisas, el estrés, las preocupaciones, los estereotipos, etc. 
 
Por otro lado, es importante que como madres, padres o educadores les brindemos a nuestros hijos e hijas la oportunidad de equivocarse, porque lo que podría verse como una problemática a corto plazo en realidad es una oportunidad para desarrollarse a futuro. Los errores son una potente herramienta para el aprendizaje. Brindan una experiencia física o emocional que sirve de entrenamiento y favorece nuestro conocimiento. Si se nos ha dado la oportunidad y la confianza para realizar juego libre desde la educación infantil, seguramente en la adolescencia sabremos regular mejor determinadas situaciones que puedan pasarnos. O si al realizar algún juego o ejercicio nos hemos caído, sabremos cómo enfrentarnos de una mejor manera a situaciones parecidas que puedan darse a futuro. Eso sí, en el momento del producirse un error, el acompañamiento de una persona adulta puede ser muy importante, para resolverlo de forma educativa y positiva. 

Claves para la mejora de la escucha activa

En Educo tenemos claro que la falta de escucha activa por parte de la población adulta es una realidad. Lo sabemos porque llevamos tiempo acompañando a chicos y chicas en sus procesos educativos y ellos mismos nos lo han contado. Nos han dicho que no se sienten escuchados. 

Aprender a escuchar es imprescindible para tener una vida social plena, amplía nuestros puntos de vista, nos lleva a la negociación, favorece nuestra argumentación y nos hace desarrollar nuestra empatía. Por tanto, nos enseña a expresarnos mejor. Con humildad, paciencia y predisposición, podemos abrirnos a conocer nuevas formas de comunicarnos más respetuosas con los niños, niñas y adolescentes. 

Para mejorar ese trabajo íntimo y bondadoso de la escucha, lanzamos algunas ideas que pueden servirte para mejorar tu comunicación con la infancia y adolescencia que te rodea:
  • Practica la comunicación no violenta: En su libro Comunicación no violenta: un lenguaje de vida, Marshall B. Rosenberg dio las claves para el éxito de toda interlocución asertiva. La Comunicación No Violenta se enfoca en tres aspectos:
    • La autoempatía, que es la profunda y compasiva percepción de la propia experiencia interior. 
    • La empatía, referida a entender y compartir una emoción expresada por otro. Y también como una oportunidad para aprender, en este caso de nuestros hijos o de la infancia que nos rodea, porque siempre se puede aprender del interlocutor, independientemente de su edad.  
    • La autoexpresión honesta, referido a la manera de expresarse que haga más posible que en los demás surja la compasión. 
  • Expresa tus sentimientos. Y ayuda a tus hijos a entenderlos. No sientes cátedra, explica bien qué piensas y sientes sobre determinadas situaciones para que ellos entiendan bien tus reacciones. Además, expresando tus propias necesidades y deseos estás dando ejemplo y ellos y ellas se sentirán más libres para expresar también sus deseos y afecciones. Cuando lo hagan, recuerda que deben sentir que todo está bien. 
  • Todo es importante si para ellos y ellas lo es. Tómate tu tiempo para darle valor a todas sus palabras. 
  • No juzgues. Presta atención a sus sentimientos y no les juzgues por ellos. Sobre todo, olvídate de expresiones como “pareces un niño pequeño llorando así” o “pero si eso es una tontería…”. 
  • No interrumpas. Cuando dos personas no saben comunicarse terminan por no entenderse y pueden surgir conflictos. Muchas veces, cuando discutimos, lo que hacemos es interrumpir a la otra persona para que nuestra opinión sea la que prevalezca y tener el sentimiento de que tenemos razón y el otro no. No nos paramos a escuchar activamente lo que se nos dice, no queremos ver lo que está sintiendo la otra persona y no valoramos que su opinión, aunque distinta, puede ser verdadera y enriquecedora para todas las partes.
  • Fuera etiquetas. En el libro Niños sin etiquetas, los psicólogos Alberto Soler y Concepción Roger, analizan cuáles son las etiquetas más utilizadas con los niños y niñas y qué efectos y consecuencias tienen sobre ellos.  “Es algo que de una manera muy importante acaba limitando el desarrollo de la persona”, afirma Soler, “ya que a la hora de relacionarse o de percibirse a sí mismo acaba comportándose de acuerdo a la etiqueta que le han puesto”. El psicólogo afirma que “tenemos que intentar ser los más descriptivos posibles a la hora de hablar con nuestros hijos, entrar en los mínimos juicios de valor y no corregir haciendo una comparación con otra persona”.
  • Sírvete de películas y libros. Una historia de ficción se puede convertir en una oportunidad para conocer mejor a tus hijos: ¿qué harías tú si estuvieses en la situación del personaje? 

Además, desde Educo ponemos a tu disposición nuestro Kit de Protección, que te ayudará a prevenir y detectar situaciones de riesgo para tus hijos e hijas entre 6 y 12 años.   

 Foto de MART PRODUCTION en Pexels
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