Pensamos que la educación consiste en desarrollar unos conocimientos y unas habilidades comunicativas que incluyen la escritura, la oratoria, la lectura y también la escucha. Pero en general lo que sucede es que la persona educadora habla y el alumnado atiende. Es una conversación unidireccional. Una llamémosle “desescucha” que va en detrimento del sentido propio de la escuela como lugar para la construcción de la cultura académica que es la clave para el desarrollo humano y social.
Tampoco acompañan la cultura del ruido y el aislamiento que ha traído consigo la era tecnológica. También sabemos que
la mayoría de los conflictos entre las personas y en las instituciones sociales son causados por no haber desarrollado la capacidad de escuchar. Mucha parte del fracaso escolar se debe precisamente al no haber tomado en cuenta lo que las virtudes de la escucha aportan al logro académico. El ser humano se basó en la escucha para crear el lenguaje, y en consecuencia el habla, la lectura y la escritura.
Hoy en día se valora
cada vez más la importancia de la escucha y el dialogo en el ámbito educativo. En un proceso en el que se analiza qué estrategias usamos para escuchar y conversar. Es por tanto una cuestión ética, ya que es necesario el deseo de escuchar, de ser escuchado y de conocer mejor a los otros, pero también de estar abiertos a la incertidumbre, a abandonar apegos a creencias, conocimientos, clichés y tradiciones culturales.
La escucha nos abre el mundo. Aprendemos a valorar otros puntos de vista y a interpretar y comprender lo que dicen y piensan otras personas.
La escucha es una relación ética basada en el respeto por las diferencias (edad, sexo, género, etnia, cultura, nacionalidad, diversidad funcional, etc.) No se trata de escuchar pasivamente con el fin de reiterar lo que ya se sabe, sino que se trata de experimentar y abrirnos a nuevos puntos de vista e incluso cuestionar lo que creemos conocer.
La escucha es emocionante. Porque provoca emociones y es influenciada por las emociones de los demás. No solo se realiza con los oídos, sino con todos los sentidos ya que tiene que reconocer multitud de lenguajes y códigos e incluso los que provoca el silencio. Tiene el beneficio de enriquecer a todas las personas, a las que se expresan y a las que escuchan, porque da visibilidad, relevancia, legitimidad… Requiere curiosidad, necesidad de resolver dudas, aprender y hacer preguntas…
Escuchar es decisivo para que los niños y niñas den un sentido a lo que hacen y disfruten del placer y valor de comunicar.
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